miércoles, 18 de noviembre de 2015

desencajados


La cuestión es encajar (en la realidad). Hay que encajar y comportarse. Unos ríen
desencajados, otros ríen. El poeta no encaja, va detrás de ella todo el santo día,
tras un sueño tremendo que no despierta de mañana. Las hojas del parque parecen hojas del parque,
son hojas del poema que no termina de encajar
con la realidad. Pero ella existe: no hace milagros, es lo único.

Jessie ha cantado en un estadio lleno de gargantas afónicas, lleno de estudiantes y maestros,
lleno de chicas y chicos de la calle. Lleno de gorriones en el gallinero. Su voz ha tropezado con la esencia
de algo real que había sucedido, ¡tantas cosas! Las cosas pasan
por delante de los ojos como trenes sin acústica, bah, minucias, guiones sin prota-
gonista. En el parque no hay tanta luz, no hay parque ahí,
no para ella. El dinero pasa de mano en mano y no se detiene en esa casa pobre donde viven los obreros
y esa pobre chica pobre que un día iba descalza por la avenida; y así.

Como si en el cadillac del KRIT cupieran Mara y todo el mundo, como haciendo un arabesco, formando una cruz
gigante. La verdad se ha formado una idea de la noche, ha creado un sonido
escalofriante pero moderno, lo suficiente para que no se noten los trucos al trasluz.

Ahora la chica-milagro se ha subido a la montaña para ver el sol, para oír. No hay montaña que valga,
falta desnivel artístico, no es lo bastante alta. La gente no va a escuchar nada, no va a comprender.
El poema ha funcionado un poco en llano, lisa y llanamente,
sin esdrújulas molestas, luego ha derrapado deslizando su carruaje por la curva y el lodo;
todo ha ido demasiado rápido: la voz, el sonido, el tren, todo ha sido literario: Pynchon reflejando el axioma,
su teorema de la realidad-ambiente según un ciego con caché.

Al cabo, Jess canta sin micro y sin vergüenza, sus piernas
van al cine, van por libre, disueltas en un magma superior que no es parte de la tierra, no sigue una cosmogonía útil
ni conoce demiurgo ni cree en la providencia. Ojos que no ven; la voz ha prohibido al resto del cuerpo
cualquier cosa menos ser, cualquier acento nuevo, cualquier tinte para el pelo.

El parque, como siempre, hierve de muchachas morenas prodigando
buenas obras (siempre en sueños) y perros invisibles. El milagro ha estallado en el rostro de la noche, mientras el viento
registra picos de diferente intensidad y la lluvia le promete un epitafio al río. La canción, en directo, se está
partiendo el alma por la mano. Los versos repiten su estribillo inconsciente,
rectifican su escala y se adaptan a los cambios de humor de la diva con inhumana suavidad.
Por el aire cruje una bandada de ideales. Un piano loco se arranca de cuajo a tocar La Marsellesa.
La vida entra en acción,
desencajada.



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