miércoles, 28 de diciembre de 2016

procesionaria


No hay camino fuera del poema, (en un susurro: fuera del parque). Lejos del parque se agota el excepto, se despinta
la carne, saltan los goznes de las puertas del cielo. Anda que el cielo es un pequeño
lugar dispuesto a todo. Hay una escalerilla para subir al mundo (que se resiste,
¡no existe?); hojas secas que se pisan con cuidado porque muerden, flores
secas que se plisan como faldas por encima de la rodilla,
¡hierba! Donde las partículas saben algo de su trayectoria y sus interacciones familiares
(y su flaqueza). En la estrofa se dan cita los problemas, tanta rima
roma, tanta flema.

Se sube por las paredes el poema escrito en la pared, gatea un poco a gatas, linda consigo,
orgulloso como una oruga procesionaria;
créanlo: con sus cirios pascuales y su conciencia expandida, docto, acostumbrado a la literatura de precisión, a Proust
y Henry Roth (¿cuál de los dos?), sus tragedias indivisibles y perfectas
como ramas de un sarmiento.

El poeta no en el ciprés, sino en el árbol, uno sin nombre tan altivo, sin desplazamiento vertical. En el árbol
al que ha ascendido rompiéndose las extremidades. Solo para fumar
en un espacio probable, indistinguible del aire que se funda entre raíces y cuerdas. Esa promiscuidad de la Naturaleza,
su buena letra al pie del carmen, incursionando en nubes deshinchables e infinitas
acuarelas de otoño, multitud de relojes atómicos sincronizados al ritmo de la creación o el silencio.

A ver si Jordan va a haber profetizado un monaguillo subiendo al campanario y eso es todo lo que importa (el poema),
la poesía de la insinuación. He aquí la parte chunga de las contradicciones, la que se entiende y habita entre nosotros
echando humo como una máquina de poder, apisonadora de lunas, cortadora de panes y pececillos tiesos. A ver
si Jordan ha deificado una palabra de más por decir la verdad y hacer la luz. Es un hábito
que no reporta beneficio el de no mentir cuando procede; doble
inteligencia presta a la abnegación y la ofrenda, dada al holocausto de las sensaciones, precisa como un adjetivo
enorme lanzado por la crítica.

El poema se ha ido de pesca por la ruta equivocada, sin rumbo
personal. Se ha perdido el horizonte igual que un amanecer bonito después de haber bebido una copa de más,
luego de haber sufrido un exterminio de más, de haber sentido el alfiler del coleccionista
perforando el pecho corrupto, lleno de amor hasta la bandera negra de la vana esperanza, lleno de miedo
y óptima filosofía.



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