sábado, 27 de mayo de 2017

armisticio en la 116


Los haters de la calle ciento dieciséis se han propuesto odiar en comandita. Lástima que ya no haya
calle 116; se hallan en mitad de un gran universo verdeazulado, pleno de ondulaciones
gratificantes, ocupado por árboles y vegetación profusa no-amazónica: las cacatúas (todo hay que decirlo)
viven demasiado. Odiar es fácil cuando falta comida en el plato,
cuando la música discurre retadora,
o faltan aspirinas.

Una creación aterradora se eleva desde el pozo en que se ha convertido la conciencia
colectiva. Los chavales gesticulan subidos en sus tablas de skate, hay una fontanería que desatasca
corazones con eficacia gremial. Amar es tan fácil
cuando la música destiñe las fachadas, quema nubes
de algodón. Y los días de autos chocan entre sí, vehículos de una debilidad común.

Jordan podría haberse roto el astrágalo si hubiese
tenido mala suerte. Pero ha ganado mil pavos en la timba de la esquina, ha pisado una tarántula,
mientras ciertos espíritus napolitanos surcaban el verano
silbando tarantelas de difuntos.

Es domingo en el parque, o qué más da. El punto es que las chicas se han arreglado y los chicos se han desarreglado
para la ocasión, ¡que no hay baile! No se puede bailar
ese ritmo tan archisabido, fuera de la melodía de Angel Haze, fuera del vigor automático del KRIT.
El milagro sucede ante los ojos extenuados de los paisajistas,
divididos en comunidades filantrópicas, corrientes y movimientos
sin restricción aparente en sus dogmas (y sin solemnidades).

Ramas bajas a ras del cielo, hojas secas de un verdor profundo y azulado, flores capaces. El poema
reside en esta casa de hojas miserable, en este Walden de verdor americano, rodeado de amores que perduran,
odios y formidables ausencias. Para hablar de la ausencia
se necesita una mesa, y el pan encima de la mesa, una dignidad protagonista.

Se han pronunciado tantos poemas: el de Jordan, el mejor. Ha puesto el arte encima de la mesa
con sus migajas cinema verité, sus capuletos y sus montículos pardos, hondos
agujeros de gusano para Alicia. Su escritura ha sido práctica, es la praxis y el estudio, un comienzo vulnerable
hacia el pasado eterno y sus bondades sonoras, la música del planeta
ejecutada por un coro de meteoros divinos. Cuando la calma es tan perfecta
que semeja un armisticio y los versos se tantean
antes de entrar en combate.




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