martes, 9 de octubre de 2018

qué plan es la amargura


Sepultada o no, la Avenida serpentea y se bifurca, o no. Bajo el Parque (o no),
simultáneamente, una ciudad palpita ensimismada, se desarrolla, muere como todas las ciudades cada vez que un niño
cierra los ojos
y sueña. La ciudad con sus bibliotecas y su cielo azul ceniza, sus gomosos parques
infantiles, su cadavérica multicultural (su cara de cadáver culto y bicho raro).

             Cada vez que Jordan va a la biblioteca
encuentra a Destiny sentada en la escalinata del pórtico
(fumando lo que fumen los ángeles), y cada vez que entra en la biblioteca encuentra a Destiny leyendo
lo que sea que atesoren los ángeles (anteayer: ‘Amor, ira y locura’, Marie Vieux-Chauvet, un clásico del calvario).

La ciudad construye una férrea avenida (tiene un plan), pero la Avenida es más antigua que el espacio; recorre
viejos lodazales, antiguas tierras indias, páramos inútiles, desiertos con la cara
clavada de amarillo, secuelas de una inundación histórica. La pauta es la ruina del sentimiento, por ejemplo: ahora
se escucha la voz de un bohemio estilo arquitectónico, que recibe el nombre –sórdido– de Montell Jordan, al que las chicas
calificarían de sexy; es que los altavoces funcionan en consistente random nuclear
(aunque no pinchen nunca a Tote King).

La ciudad de los ángeles enarbola su bandera negra recién lavada, se entrega a la piratería del esfuerzo,
roba cientos de corazones por segundo, contiene una buena población de varios millones de seres capaces de destrozar
un poema cualquiera con la mano en la entrepierna, seguros de su himno y su tolerancia cero,
obreros de la religión y el asma; contiene millones de versos maliciosos como virus informáticos, copias
resistentes a la penicilina sintáctica, agentes maduros de la literatura paranoica que se mueve por los escaparates
como un feo ratón en una rueda hamsteriana.

             Jordan le ha preguntado a Destiny –por supuesto– que por dónde se va: es preciso
pulsar el criterio arribista de la burguesía, hay que tener amigos hasta en el paraíso. Los edificios dejan paso
a la inmunda extensión de césped violento, golfista, fofo y trasegado. Los árboles no tienen casitas en el árbol,
las mesas huyen del banquete converso, las cuevas se dejan ver la ropa puesta a secar, los niños perdidos.

De vuelta a la Avenida, se disfruta. De un milagro al día;
una cuerda de reclusos (descrita en la guía de supervivencia) tras un cadillac genuinamente americano. Amor, ira y… Señoras y señores,
con todos ustedes, ¡la forma de la nube! En la biblioteca hay un libro distinto para cada sangre,
una recomendación editorial de los servicios de salud pasada por el filtro del realismo estúpido (y sus necesidades),
pero Jordan rescata su propia cantinela: suena mucho mejor.



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