Cigüeñas sobrevolando los
cañaverales. Helicópteros sobre las chapas
caldeadas del zinc; hay una ciudad en marcha derribando fronteras a
golpe de recelo y actitud. El flow procede de una
muchacha extranjera (Jenevieve tal
vez) que otea el horizonte —es una vertical introvertida, un gris que
oprime, un velador de colores tropicales—,
canta como una especialista. En los prolegómenos, encontramos una tribu de
prestidigitadores alardeando; la arena entra en los zapatos, es el
incordio natural. Destiny® todo lo observa;
ha observado el agujero negro central
de la galaxia: 4 millones de masas solares haciendo sus
diabluras, un centinela neutral (parece que los
Ángeles extreman cierta
monotonía). No es Poesía. Esta inteligencia
no tiene nada que ver, pero enciende pitillos en la oscuridad, es un
zippo destinado al olvido, esta escritura ingenua que se nos
va de las manos (fluye). Que no se puede creer.
A las ocho en punto (a.m.) dos guitarras eléctricas rasgan el continuo espacio-tiempo o simplemente deslizan su intemperie por un tobogán de luz tranquila: es el despertador. Su ritmo puede ser equilibrista o desarticulado. Veamos: los reyes desayunan matemáticas todas las mañanas, cuentan con los dedos porque es su prerrogativa. Esta mañana hemos desayunado pan con economía, económico como una barra de pan duro mojada en la leche del desierto. Estaba duro como una barra de hierro, sabía un poco a poesía, como a un silencio encañonado. Alguien debería trabajar en la construcción de arquetipos benéficos, seres sin mácula dentro de organigramas y frecuencias, alguien debería
leernos la cartilla todas las mañanas, sí, un ente descorazonador.
I died for Beauty ― but was scarce / Adjusted
in the Tomb,
When One who died for Truth was lain / In an
adjoining Room ―
(Emily Dickinson)
El pasado es la huella del futuro, saberse ahora es recordarse luego como perder es conocer el juego y ver la luz, desfigurar lo oscuro. El porvenir es un presente puro como el incendio que descubre el fuego, es el milagro que cancela el ruego, el paso franco que desnuda el muro. Y la ilusión que perderás mañana es la que hoy tu corazón se gana con la desolación de su pureza. La verdad es el arma del pasado y el futuro, un profeta desarmado que se juega a los dados la belleza.
Impertinente muerte, muriendo a voz en grito a todas horas; incluso Emily —muerta—, ella que tantas veces se habrá reencarnado. Si en cada generación, en cada país, ha visto la luz del día un pequeño genio alveolar, un aliño curioso, un disidente. Suave forma del tiempo (desdibujándose). Materia y vanidad, litros de libros electrificados; Destiny@ tuvo que repartir entre la multitud sus propios ejemplares de la 'Guía de Supervivencia' (Zombi), de Max
Brooks. Oh, tuvo que desprenderse de sus contadas existencias de 'Hiroshima', de Hersey, aquella edición exigua de 'Represalia', de Ledig: su biblioteca de los horrores. Sin embargo, Emily seguía tendida sobre la hierba (¡si hubiera podido escuchar a Aurora!), los cañones atronaban su distancia, inocentes caníbales. En el cielo se dibuja la muerte, tiene cara de niña, cara de estar enamorada, su belleza representa la disciplina del éxodo, esta obstinada manía de vivir.
El cop retuerce el brazo de la anciana, podría llamarse Ghod, como un dios salvaje, un dios de terciopelo —como dios manda—. Un resto de peluche de la juguetería abandonada. Tanto creer para esto, tanta oración subordinada para esto; tantos libros y tantas mujeres absortas en la lectura, tanto ensañamiento hermenéutico. La biblia está compuesta de muchas partes tenebrosas, pero termina en un punto de luz (es un enganche ilegal). En el examen que te dará una placa y una pistola de verdad entran las historias bíblicas más trilladas: Abraham y Jacob, David y su complejo de superioridad. Tantas páginas impares y todo era cierto, las pataletas, los tesoros, las videoconferencias; ah, el mundo ha venido para quedarse, y ha preguntado por ti.
Vista desde la altura tiene, acaso, algo de nube sobre el
mar, de espuma, algo que no le resta,
algo que suma belleza a la belleza,
algo de paso que siempre va con
algo de retraso, como detrás del
viento arde la pluma, y tiene algo de sueño que se esfuma visto desde el abismo
del ocaso. Tiene algo de balcón,
algo de nieve, de voz aguda entre
palabras llanas, algo ligero pero nunca
leve de voz profunda entre
palabras vanas, algo que se derrama,
algo que llueve, algo como un repique
de campanas.
Qué relaciones, qué
relación. La transferencia es innata: de células, de átomos, pequeñas industrias del pensamiento. La mirada influye en el ecosistema, sustituye a la voz. Qué relaciones; esto es una zoología, una zoofilia, el diminuto espasmo que conduce a la desesperación. Veréis. Decidle algo a Destiny® —qualcosa— y esperad a que os
responda (vía email). Dile a D® que las madrugadas, las estrellas, el pozo artesiano, el funicular. Qué grosería. Escondidos detrás de una sonrisa, detrás de un cumpleaños, ocultos como una sonrisa, como el día radiante del entierro. Luego nos daremos la mano (Destiny®), nos estrujaremos la piel, luego tendremos moretones en la piel, beberemos el vino amargo de los años, mojaremos los pies en la fría corriente de la soledad. Es el mundo el que aprieta. Veréis. Dile al Sol que no caliente, dile a dios. El silencio es una distinción, no es para todos. Tampoco el
arte; solo se puede tocar, se puede leer, se puede otear desde la estribación del desconcierto.
Miras hacia dónde y te
parece que el amor se aparta; un retroceso, una indiferencia. Calculas el impacto sostenible, la norma suicida de los besos. Hablas de distancia y te propones una solución. Si el verbo te traiciona, equivale a un kilogramo de nostalgia, es como un bocadillo sin sustancia, es como tú. Momentos memorables de decisiva vergüenza; algo semejante a adoptar una mascota y sacarla a pasear; qué pulsión extraña de llevar a alguien
del cuello con una correa (hacia dónde). Si las palabras queman en el paladar, son hiladas en el pulmón izquierdo, perjudican los bronquios y producen un asma incomprensible. La ruina encuentra su formato discreto, su verdadera esencia derruida, el escombro venerable: es la meritocracia del desarraigo entrando en un trance superior. Afuera, la gente claudica con elíptica elegancia; el tiempo se sostiene a hombros de su productora universal. El poema no te gusta pero accedes a su estallido con una carcajada inoportuna.
Visitar la lejanía es el credo del
viajero, avizorar las cúpulas; sacudir el polvo del equipaje —la nieve— y esperar apoyado en la baranda. Desde la plataforma del tedio —cruda psiquis, extranjero— desde el extrarradio de
las ensoñaciones, se divisa un algoritmo especular que protege los deseos. Ah, está en Naturaleza disentir del movimiento alegre, el escarceo impenitente de las nubes, está en nuestro convenio con el
mundo investigar la sombra de la noche con los ojos cerrados. El viajero especula con el tiempo como un inversor en apuros, como un inversor pacta con el destino, averigua la fuerza intrínseca de cada paso en falso, se desploma sobre un colchón de funesta memoria. En la nueva ciudad, las manos tornan pájaros insomnes, habitan un cuerpo en desarrollo, una mente catastrófica. A lo lejos, siempre late otra luz de parecida insignificancia.
Pasar quiere decir de paso, sin pretensiones, el verso no pretende, su apariencia es banal,
vectorial, provinciana y qué superficial, qué de andrajos y de
harapos lleva encima, y qué poca cabeza tiene. Pasamos como semana y media. El jueves se parte en dos, hace tiempo que no nos estorbábamos
de forma tan urgente. Esta arquitectura se defiende del paisaje, con dificultades: columnatas y señales de humo (que salen por la
chimenea); esta arquitectura es interior y alardea de un buen gusto sedicente. Tomamos el té de las cinco un inesperado martes y la celeridad de la materia todavía se acelera y sorprende. Estar quiere decir que estamos, somos casi estatuas dignas. Soñar quiere decir que
huimos, que nadie nos recuerda, que el mundo era una forma de pasar en
babia aquellos falsos domingos por la tarde.
Todos quieren cantar con Lolo Zouaï,
su voz es
un instrumento, un
argumento positivo. Incluso
los príncipes; dios está celoso de algunas insinuaciones, algunas imperfecciones
que subyacen al hecho; tanta humanidad
reinventándose, sobreponiéndose
al inevitable acto de la creación. Suponemos
una tierra de gigantes, un balneario (báltico),
una subducción de la naturaleza pura
del amor que no permite ajustes (no se deja aprehender como fenómeno). Ni
lo habrán notado; la nave espacial aterriza
en un suelo de diamante, convulsiona y, al momento, fecunda
la monotonía, directamente es
objeto del enigma, no admite adornos ni precipitaciones, obtiene información
y belleza. Incluso
Destiny® desayuna
más rápido: su voz inaugura
una celosía venturosa entre los elementos, entre el fuego y los días más claros de la tierra.
Es la simpleza, el gesto, la manera
de acodarse, la noción de
un tiempo en avanzada. Gritas y el sonido conversa,
hablas y la voz se abanica con nudos de silencio. Escribes.
La letra con sangre brota del alma como
una facultad, sacia como una historia desprendida del cielo, labrada por
un séquito de abejas pensativas. Hay
tanta superficie. El tiempo se extiende pegajoso,
crece más allá del tiempo, surca un siglo de
oscuridad o resucita en
la mejilla de una muchacha desnuda. Oh,
la nieve ha preservado su
color entre los restos de otra Primavera. Los ojos se rifan la sangría de la
luz, orillan
su entusiasmo y fingen una cremallera de movimientos torpes. Música
y realidad, nada se parece a esto, esto es un árbol, la
explotación de los sentidos, el aura sentimental;
decías que la felicidad no era incorruptible —no andabas en
aquel juego— ni podía comprarse con notas de futuro, que
ni siquiera alcanzaba el efímero rango del
verso que se olvida.
Es
el radio del Sol, observadlo en
la distancia. Se parece a la noche que abandona su
cuerpo. El
exilio te habla con
palabras secretas, frío en la garganta. Su acento es el del hambre reciente,
la soledad de la última calle, en el último piso
de la casa vacía. Caminamos
hacia el Este con
un transistor en la mochila, sin pilas de repuesto, cargamos
con el ansia y el espejo roto de nuestros padres. Nuestra
sombra es tan plana como el aire que
se encumbra, como el humo taciturno y salvaje Tuvimos
suerte ayer, asistimos
al concierto con los ojos cerrados, enrojecidas las palmas de las manos, y
el piano nos contaba una historia terrible que
no hablaba de amor sino
de vida.
Pájaro
/ persona, ambos en el interior de la imagen, interiorizando la
frase. Sentir el viento es parte de una identidad, es
florecer contra la forma, incluirse
en el paisaje y su elegancia. Murió
el artista después
de echar una ojeada a la ciudad: será que la miró con
buenos ojos. Las
manos de un poeta son viejas siempre, a
punto de quebrarse: ¿cuándo acarició una sombra? Día
de fiesta, el pájaro es parte de la música, esgrime
una convicción doméstica. El
ave es idéntica a la de ayer; hace un siglo o más que ella anunció
el recorrido de la pluma, truncó
su trayectoria sin un solo cálculo. Ya
en el papel canta
el jilguero, otra palabra abandona la pista, la
foto deshojada de un mundo inexistente. □▬▬□▬▬□ Dijo
el poeta: Yo. Y
la palabra se le queda colgando de los labios como untrozo de pollo. Hemos
visto a la chicas. Habíamos visto
a las chicas, atentos a sus maravillas. Extrañezas. Locuras
con un punto de locura. Las
vimos saltar entre
la arquitectura y las llamas, golpear las columnas intocables
de Egipto, visitar las laderas que bajaban al lago. El
poeta se atraganta. Con el aire no se sabe qué
hacer. Oh,
las vimos por el aire, irreconocibles.Y había muchos nombres, mucha
sangre. Éramos Yo y otros muchos nombres. Y ellas nos golpeaban con
sus labios mientras
canturreaban para sí. □▬▬□▬▬□ Desde
las ruinas se vislumbra la
promiscuidad de las tierras altas, impenetrables y abiertas; los niños se
apoderan de la nieve: la nieve es una fruta del
tiempo. Sueñan
los pájaros, vuelan las mariposas sobre una falda de orquídeas, su eslalon parece
cortante, parece incesante, nubla la vista. Acaso
el viento tenga
la última palabra. Donde la pluma decae, blandea
el pensamiento, un vigoroso caudal anima las
conversaciones. Tomad
el horizonte en vuestra mano, escribid,
escrutad, sellad en el plano un solo fortín, una hoguera prendida
en el recuerdo. Acaso
Laura haya combatido
a la Luna con los ojos cerrados, haya
imaginado la noche de
todas las maneras.
Emily
se ha fugado de la noche escondida
en un carro de manzanas. La Luna en medio del
silencio acumulaba un runrún descafeinado. Hay
una guerra en marcha, los fusiles alardean de método, significan
la detonación, esa materia desdichada. Ni los sueños se acuerdan de ti, que
permaneces a la escucha de la hierba y
sus emanaciones. La
poesía no era esto. Era un cabezal, una fresadora, un árbol combado
hacia el futuro, y solo estaba en la cabeza de nadie y en algunos corazones vacíos
de memoria. Teníamos
conocimiento de
algunas fantasías, adorábamos el fuego en los barriles, la
curiosa ferocidad de las tardes de otoño. La poesía era el resumen épico de una
actualidad indispensable,
una sombra sincopada acudiendo
a las representaciones. Seguimos
con el tenedor en la mano, el cuchillo entre los dientes; alzamos la bandera del
Arte con menos suficiencia que entonces, nuestros huesos
chirrían bajo el agua. Bajo
el agua, el camino es más cómodo, hileras de edificios lo flanquean, hilos
de sangre que personifican una
rendición inesperada.
Algo
que escuchar, La Sena Ave, una superposición de
sonidos residentes. Es lo que escuchan las chicas antes
de cerrar, antes de cenar para salir a las tantas con todo el bumjakjak de su corazón. Las
calles en ebullición y una maraña de improvisaciones enturbiando
el panorama; desde arriba no se advierten las pequeñas debilidades
del sistema, no se atienden las excusas, los altercados se agotan; hay un
fantasma que
te acorrala y no sabes por qué, hay un poema que abarrota los altavoces de
la clase con su estereotipo formal. Fentanilo
y a correr, la cabeza para dónde, la cabeza baja de los desposeídos, pobres autómatas
al servicio de la reacción. Una novela americana
fondeando en el fondeadero, apeándose en el apeadero, siquiera forjada
en el destino siniestro de las apariciones. Estamos
en la biblioteca más antigua del mundo (eso dice el mundo, pero miente), los
volúmenes abultan
una barbaridad —nada hondo en la cúspide de una torre despótica
y descomunal—. Vel The Wonder hacia arriba;
tratándose
de ella, arde el espacio y hasta el océano asciende con el perfecto colorido
de las palabras ocultas. Nadie
sostiene el espejo verdadero en el que constan los últimos autorretratos
de la realidad, los próximos segundos de la espera; nadie es capaz de traducir a
Cartarescu ni calcula lo que cuesta un Max Mara en el mercado negro. El
piano permanece a la escucha, sobreviene como el filtro de
un cigarro sin filtro, como la sombra de un espectáculo teatral, la catarata
que vendrá, esta lengua que
no nos pertenece pero asombra
y surte una discreta alteración de
carácter.