sábado, 11 de diciembre de 2021

la sena ave

 

Algo que escuchar, La Sena Ave, una superposición
de sonidos residentes. Es lo que escuchan las chicas
antes de cerrar, antes de cenar para salir a las tantas con todo el bumjakjak de su corazón.
 
Las calles en ebullición y una maraña de improvisaciones
enturbiando el panorama; desde arriba no se advierten las pequeñas
debilidades del sistema, no se atienden las excusas, los altercados se agotan; hay un fantasma
que te acorrala y no sabes por qué, hay un poema que abarrota los altavoces
de la clase con su estereotipo formal.
 
Fentanilo y a correr, la cabeza para dónde, la cabeza baja de los desposeídos, pobres
autómatas al servicio de la reacción. Una novela
americana fondeando en el fondeadero, apeándose en el apeadero, siquiera
forjada en el destino siniestro de las apariciones.
 
Estamos en la biblioteca más antigua del mundo (eso dice el mundo, pero miente), los volúmenes
abultan una barbaridad —nada hondo en la cúspide de una torre
despótica y descomunal. Vel The Wonder hacia arriba;

tratándose de ella, arde el espacio y hasta el océano asciende con el perfecto
colorido de las palabras ocultas.
 
Nadie sostiene el espejo verdadero en el que constan los últimos
autorretratos de la realidad, los próximos segundos de la espera; nadie es capaz de traducir
a Cartarescu ni calcula lo que cuesta un Max Mara en el mercado negro.
 
El piano permanece a la escucha, sobreviene como el filtro
de un cigarro sin filtro, como la sombra de un espectáculo teatral, la catarata que vendrá, esta lengua
que no nos pertenece pero
asombra  y surte una discreta alteración de carácter.


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