Un sentimentalismo atronador.
Sentimientos ridículos que asaltan el hipotálamo
descargando su baba sobre un lote de emociones primarias.
Un sentimiento ridículo tras otro
patético.
Un movimiento patético de los huesos del alma.
Un sentimentalismo acentuado,
una manera
de hacer llorar al niño en un lugar de la mente,
de hacer llorar al perro como si le hubieran pegado un tiro en la oreja,
de hacer llorar.
Vuela la ira para adentro.
En un lugar de la mente, el niño llora,
el perro llora como si le hubieran dado una patada,
el alma llora como si le hubieran sacudido un puñetazo en el estómago.
La ira vuela para adentro,
acampa
en el recodo recóndito del alma, entre lo blanco y más puro,
manchándolo todo con las manos de grasa,
con los pies negros
y la sangre.
En un lugar del tiempo, el niño llora;
su voz llena un espacio prohibido,
su voz es una estatua contenida en sus manos,
como un dolor que vuela para adentro,
que duele tanto como un puñetazo en el alma,
tanto como una patada en el espejo.
No es sentimentalismo,
es que le matan los zapatos de charol.
Enhorabuena por tu lucidez, Esteban, y por saber volcarla en versos tan buenos. El poema sacude algo más que la conciencia.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muchas gracias, Ramón, por el comentario. Y es que los sentimientos no dan tregua, ha muerto Whitney Houston.
ResponderEliminarUn abrazo.
Esteban
Es que no paramos. El sentimiento se ve zarandeado constantemente.
ResponderEliminarBuen poema.
Saludos.
Muchas gracias, Perfecto, es un honor tenerte como invitado en mi espacio.
EliminarUn abrazo