domingo, 8 de julio de 2012

animal


animal

Desde que fue descubierto el bendito fuego,
cada día, una troupe de nuevos artistas vuelve a descubrirlo.
Desde que América fue descubierta, cada día, una troupe
de nuevos descubridores, de conquistadores bastardos
vuelve a descubrirla y conquistarla, todo ello sin pudor,
sin pudor, a sangre y fuego descubierto.

El periodista pregunta, sin querer, a un artista neófito,
a uno de los sin nombre, sin padrino, sin alta cuna,
que cómo se define, qué es para él, que qué es para él un ser humano,
y espera compungido la respuesta del don nadie, del ser humano
intrascendente que, sin embargo, se toma en serio la cuestión,
piensa de primera mano y responde algo así, algo así que nunca respondería  
un artista instaurado con su terno impecable y su gabata afín de muchos euros,
el tío responde:
un puto animal.

Así que el hombre es, oxímoron mediante, un puto animal.
Qué definición más saludable, qué definición más ajustada.
Un Puto Animal, el hombre, el ser humano, un puto animal.
Sin más arte que la pezuña y el rabo, sin más arte que el eructo y el gruñido,
sin más arte ni gioconda ni partenón ni el greco
que la mierda cayendo en cualquier sitio, olorosa, in fraganti,
y la sangre salpicando del mordisco salvaje.
Sin más arte que el de la presa, sin pudor.
Sin otra religión que la supervivencia.

El periodista -cómo- se queda de piedra, petrificado,
se pulveriza, ríe ruborizado, no comprende, no entiende, no sabe
y no contesta, es, de pronto, un abstencionista de sí mismo que mira
al poeta pequeño, ese que ahora sorbe y regurgita y escupe un lapo verde,
asqueroso o bello, qué más da,
si la belleza no existe.


aproximación a lo más inexistente

La belleza no existe y en ese aspecto se parece a dios,
que no existe tampoco, como todo el mundo sabe.
La belleza es convención, representación de nuestra ridícula mente,
balón de oxígeno para nuestra neurona ajetreada.
¿Qué oveja es la más bella del rebaño?
¿Qué hormiga, que no sea la reina, destaca dentro del ínfimo hormiguero?
La belleza no existe, es una ilusión, es una concesión al animal silvestre
que habita en nuestros corazones, que corretea por nuestra sangre caliente
moviendo el rabo y soltando fluidos asquerosos.

Seamos religiosos. Seamos religiosos, pero sin creer en dios.
Que nuestra religión sea tan ascética, tan pura,
que no precise ropajes ni cálices ni templos
ni eucaristías. Una religión sin comuniones primaverales,
tan estúpidas como sus muñidores satisfechos y borrachos.
Que nuestra fe sea el amor, sea difícil, difícil como amar sin ser amado.
Que nuestra fe sea un amor incógnito, un cheque sin fondos,
un bolso sin dinero, un niño sin dinero,
pobre de solemnidad, como un niño africano, como un niño en un campo
de refugiados, con su tripita hinchada y sus bracitos esqueléticos y su mirada
de niño que es humana, no animal, humana y tan humana como puede serlo
la mirada de un niño que espera la muerte en cualquier caso,
en cualquier momento, en un instante seguro, en una ráfaga de moscas.

¿Es bello el niño desnutrido?, ¿más bello, acaso, que el obispo que reparte la
sagrada oblea con su ropaje tartamudo, con su ropaje sanguinario y dorado?
Al obispo animal, ¿le tortura el dolor del niño que se muere?, ¿o prefiere
el no dolor del feto no formado en el vientre de una mujer?
Más aún, ¿es bello el obispo relamido?, ¿es bello con sus túnicas tan caras?,
el santo padre de sus píos hijos ¿es bello con sus zapatitos carmesíes
tan caros y estupendos?
Más aún, ¿no sería mejor demoler el furioso vaticano, demoler el odioso
vaticano y empezar de nuevo?

Seamos demagógicos, seamos personas, no animales,
y reconsideremos nuestros dogmas.
La belleza no existe, como no existe dios.
Solo existe el amor, que es tan difícil
como abrazar a un niño desnutrido,
a un paria sin dinero.



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