Tras la noche más larga, un amanecer
de fábrica.
Ligero, sin otro peso que el espíritu
de la última vez,
sin otro peso que el auténtico de las
grandes manos
que atrapan una llave inglesa o
retoman el martillo
con la seguridad del hombre que no
teme a la derrota.
Tras el hombre, una familia oculta, fallida, que da
lástima a las madres incoherentes y a
sus hijos despóticos,
una familia capaz de formar un frente
poco común de desposeídos,
un grupo rezagado que lo ha perdido
todo
menos su innata facilidad para el
fracaso.
Sobre el hombre,
una ley hecha a la medida de la
desesperación,
escrita sobre una factura imposible de
afrontar,
firmada con un puño de acero.
Tabaco, alcohol y un trabajo que
hacer,
un trabajo cansado en un lugar remoto; un hombre bueno,
una buena mujer que borda una cortina
de humo.
La droga cortada pasando de mano en
mano, de boca en boca,
cualquier droga impura, cualquier mano
impura, cualquier boca,
incluso la boca del hijo, la boca sin
labios del niño
que aprende su derrota, que estudia
los rostros
demacrados como si fuesen libros
fascinantes.
Luego, un tarro de belleza que no se
reconoce,
un amanecer de fábrica, una aurora
constante,
el hipo de aquel chico extranjero
dormido en el portal,
la sombra de la chica pintada de
carnaval y éxtasis.
Tras la jornada perfecta, detrás del
trabajo extenuante
que nunca se termina, una noche de
miedo, una noche completa,
una historia completa sin un pequeño
héroe, sin un solo caballo veloz,
una noche sin una sola estrella.
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