sábado, 7 de julio de 2012

un amanecer de fábrica


Tras la noche más larga, un amanecer de fábrica.
Ligero, sin otro peso que el espíritu de la última vez,
sin otro peso que el auténtico de las grandes manos
que atrapan una llave inglesa o retoman el martillo
con la seguridad del hombre que no teme a la derrota.

Tras el hombre, una familia oculta, fallida, que da
lástima a las madres incoherentes y a sus hijos despóticos,
una familia capaz de formar un frente poco común de desposeídos,
un grupo rezagado que lo ha perdido todo
menos su innata facilidad para el fracaso.

Sobre el hombre,
una ley hecha a la medida de la desesperación,
escrita sobre una factura imposible de afrontar,
firmada con un puño de acero.

Tabaco, alcohol y un trabajo que hacer,
un trabajo cansado en un lugar remoto; un hombre bueno,
una buena mujer que borda una cortina de humo.

La droga cortada pasando de mano en mano, de boca en boca,
cualquier droga impura, cualquier mano impura, cualquier boca,
incluso la boca del hijo, la boca sin labios del niño
que aprende su derrota, que estudia los rostros
demacrados como si fuesen libros fascinantes.

Luego, un tarro de belleza que no se reconoce,
un amanecer de fábrica, una aurora constante,
el hipo de aquel chico extranjero dormido en el portal,
la sombra de la chica pintada de carnaval y éxtasis.

Tras la jornada perfecta, detrás del trabajo extenuante
que nunca se termina, una noche de miedo, una noche completa,
una historia completa sin un pequeño héroe, sin un solo caballo veloz,
una noche sin una sola estrella.







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