sábado, 16 de abril de 2016

horas bajas en la altura


Desde arriba, el parque representa un campo de labor, ocupa una extensión
ilimitada; un Orinoco en ciernes lo recorre sin ser visto, drena el subsuelo como una red de ominosos túneles. Hubo
un suburbano (tan superficial) donde se traficaba con órganos de bellos animales,
armas, ecos sumergidos en latas de cerveza. Desde la altura, el parque describe una pirueta lógica,
con sus derribos y sus inundaciones.

Jordan sale al balcón de la casa que no es: no está censada en el registro posterior
al cataclismo, cuando sonaron trompetas en el cielo
y las metáforas dejaron de ser útiles y empezaron a hacerse imprescindibles. Llamaradas solares preñadas de entusiasmo,
como para encender un cigarrillo, abrir un compás de espera en la canción de cuna.

Desciende el ángel tanto como una paloma o un canario desparecido en circunstancias inusuales,
en peligro de extinción espiritual. Vuelve el espíritu santo
tras su ciclo de purificación –lapso incontenible–, una breve eternidad sin alimentos; había en su celda escritores
preocupados por tal declinación, tal frase hecha (no en su lengua materna),
traductores de espanto que escribían a lápiz, sibaritas encomendándose al puente de Brooklyn, aficionados a la polémica.

Humo que atasca el aire: fatal para los ángeles (que tienen sus obligaciones). La bondad
es un problema. Y la belleza llama a la puerta con los nudillos llenos de diamantes, se parece a un condenado
a muerte, por mucho que se niegue al exorcismo. Alguien
pide la voluntad antes de ejecutar un doble salto mortal hacia delante,
pero nadie se rasca los bolsillos: debe ser un escritor en horas bajas buscando inspiración en el estrépito o la sangre.
De hecho, no hay sangre en el asfalto (hasta más ver), prueba de que el ángel
respeta el silencio de los dioses.

Vuela un ejército de exuberantes hadas, todas con su rosa azul en el costado. Sus voces forman un coro
ingobernable. Una de ellas, de nombre Angel Haze, capitanea la falta de escrúpulos de las bailarinas.
Está comiéndose una hamburguesa doble, fumándose un pitillo y sorbiendo
de un gran vaso a través de una pajita roja y blanca. El canario posado en su hombro desnudo
representa un campo de sentido inabarcable, más ancho que otro mundo,
más esbelto que el mar que se desborda.




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