lunes, 12 de marzo de 2018

asylum


Contra los poetas: el sufrimiento es un lugar común.
Jordan no tiene una sola caries, es parte del milagro, el maná que cae del cielo cada día... Jordan
vive. No hay tiempo suficiente. El tiempo se parece a una secuencia ilógica, a un fondo de microondas; en el fondo,
la vida no se detiene en insinuaciones, es un hecho
dominante. El Parque finge como una máquina bien desarrollada, ocupa una extensión
verdadera, no hay más. Fuera, los animales intuyen la salida.

Al piano, la mano de dios, la mano de alguien, un Fats Domino radiante, algo hambriento, o un pianista
después de comer entre las ruinas, cualquier imagen vale, funde, estalla ante los ojos, cualquier
sonido cuesta de olvidar. El servicio es mejorable, se pide una pastilla
y doscientos mayordomos acentúan el paso, hacen atletismo por los pasillos de la residencia.

De pronto, el edificio está en el pensamiento y el maná desciende
lentamente: es un milagro. La muchacha se ha vivificado, ha concretado sus ganas de vivir en un movimiento de las manos,
las caderas, los hombros desnudos. Lleva un vestido blanco por encima de la rodilla (que siempre
es de otro color). Entonces afloraban pasiones desatadas; cuando ella elevó sus ojos a la altura
e imploró misericordia. Y Destiny escuchó detrás de la cortina, detrás de la muralla, y miró por la cerradura,
enseñó el corazón por debajo de la puerta; su espada era un bastón de caramelo,
el fuego, solo un rayo de luz desmenuzada.

Contra los poetas y su párvulo hermetismo, su personificación. El poeta está fuera de sí,
mas regresa (apoteósico), entra en bucle, encarniza sus competiciones
y sufre. Su manera es incendiaria, su tamaño, descomunal. Resucita entre inmortales, pero todo en su método es infancia,
incluso la copa del árbol resulta deleznable.

Jordan sintoniza la frecuencia del palacio de los perros, aquella fortaleza empírea; allá donde se luzcan
los espejos, se alzará su hogar; donde un fracaso se perciba y una familia aguarde su dulce epifanía. La salud es parte
del recreo, una pieza del engranaje celeste, un espectáculo plural. La vida
sigue partiéndose en pedazos y, aunque no duela, llena de quejas el gesto de la sombra,
escuece como el látigo que restalla en la sonrisa del arpa.
El tren está a punto de partir; solo que ahora hay lágrimas para pararlo en seco: miles de besos chafados en la calle,
como expulsados del cielo acusador.


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