sábado, 7 de abril de 2018

filántropos sin ángel


La gente se ve, se visita, se toca, existe
en un lugar que existe, cierta como la piedra, con esa crónica solidez elemental. La gente
vive, va, deposita esperanzas, fianzas, coloniza aceras
desniveladas. Hay un contacto físico que se da, es posible, puede comprobarse a simple
vista, también labial/bilabial. Se producen ecos máximos conscientes de su maximalismo y su potencia.

Las estaciones tienen su taquilla en un campo de sentido que acoge ferrocarriles y pasos a nivel (desnivelados pasos);
el haiku profetiza el desembarco atroz de la gringa primavera, el pudor del verano, la guerrilla otoñal (y su anorak de invierno).
Desparecidas del haiku, las personas, sin embargo, son bienvenidas:
                          
en el bar de enfrente
en los bares calcinados del último distrito postal de la avenida
en cualquier bar de la facultad de humanidades (y hasta en los balcones)

Ya llega, está llegando, sin resuello aterriza como una Soyuz en la mismísima cara
oculta del presente, sin ahorrarse un byte. El tiempo es una constante en la vida social, un donante universal pero los ángeles
lo curvan si hace falta, cabriolean, desafían la fontanería cósmica, saben
más que Hawking, más que Apolo y Gandalf; o se han leído
de un tirón El arco iris de gravedad.

Esta mesías negra de belleza independiente es la socorrista del Parque.
Se zambulle en la bohemia, bebe de la fuente, bebe
vino blanco en el cuenco de sus manos, de su garganta brota el pan que alimenta a los perros, trina como una alondra
prohibida.

La torre entre los árboles –qué cerca de uno de ellos, el menos imponente, si apenas hace
bosque, gentrificado entre arbustos económicos. Es una roca de aspecto
gótico-prosaico, escalonada,
almenada, su diseño idóneo para una crucifixión o una barbacoa
infeliz. Y la gente se la queda mirando porque es una torre y tiene doble personalidad. Y a veces alguno
enciende un cigarrillo y el humo se parece a la memoria, aunque no lo parezca; mejor aún, a veces, una pareja
cogida de la mano, incluso bajo el sol bronceador, incluso a falta de toda inocencia,
tan desagradable como un tumulto a las doce de la noche, la observa,
tristes filántropos sin ángel.


Matt Black

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