sábado, 14 de abril de 2018

jukebox


Sucesos que acaecen a la velocidad de un éxito coral: 10gugol de presencias simultáneas, agujeros
negros que se funden y difunden su filosofía selectiva, la cruda densidad de su grandeza. Se debate en la intimidad
de la familia, se arguye y se premia el ingenio destacable del novato, la irreverencia del estudiante budista. Sobre la mesa,
la profundidad de la pequeña selva y su descomunal tamaño; el mapa no representa sino un escaso componente
geográfico, un destacamento, la avanzadilla agrimensora (Mason y Dixon en acción concomitante) del futuro.

Contar un chiste es un argucia creativa en desuso. Jordan se ríe porque ha llovido fuera de temporada y la lluvia
ha colonizado la pradera y la hierba ha desplumado su melena cubierta de rocío, el río ha simulado una inundación
dermatológica. La gente ríe en paz (con sus fantasmas); la gente va descalza, parece sacada de una fotografía
de la gran depresión, Walker Evans ha vuelto para quedarse, está vivo en los ojos de Matt Black: todo lo que captan,
lo que exprimen es la futilidad, la masa escultórica del Parque, nada salvo el hogar y su chimenea activa, su agobiante color.

En la rama, los pájaros, los versos, la posibilidad de una composición autónoma, una jukebox estampada en el cielo
como una señal de tráfico o un cometa, algo provocativo; la pancarta de la clase obrera escrita del revés, rebautizada
después de la derrota. El verso ha modernizado su estructura que ahora es multicopista pero como posverdad, otra
vuelta de tuerca al ritmo del planeta y su pasado oscuro, su crédulo mensaje inflacionario.

Jordan ha testificado ante una corte de gorriones juiciosos demasiado cansados para volar en círculos.
Ha fingido una lágrima con intención de ser creída, acompañada en su duelo. Todo se muere igual que una casa vacía,
muere la voz, muere la sangre; el universo muere a la diminuta escala del mañana, a la derruida, detenida escala del amor.

La poesía sangra como una arteria rota por el suelo, una frase dividida en sus segmentos de odio, sílabas cortadas,
saboteadas como vías férreas, con sus neumáticos ardientes, oh, coronas fúnebres para la traición, collares de espuma negra;
el Parque ha tensado la cuerda del tiempo y las ardillas han conocido el arco de las flores, el reino y su monótona nobleza.

La tarde se divisa desde la lejanía de un encuentro soleado con el tibio abandono de la fuente, su rumor de terciopelo y menta.
Gavilanes de oro surcan la media luna agotadora del aire puro que se balancea en silencio sobre el mundo y su dicha
oceánica; solo queda una fórmula para enamorarse sin falta, para cerrar los ojos
y consumir la parte más bella de las almas, la que fluye en el espacio como una sinfonía o un deseo encantado; sentir el giro
demente de una inmensidad de corazones, darse de bruces con la absurda pretensión de la belleza y recoger las velas,
pobre barca sin rumbo ni reflejo.



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