martes, 13 de noviembre de 2018

ocho milímetros de mermelada de fresa


Inmerso en un penal de soledades, se desintegra en la retina del hielo;
el Parque es un conglomerado de raíces, un laberinto condenado a la gravilla de la tarde, un solar con torreones.

Ahora: Jordan se ha enamorado de una sombra que se pierde, ondea en las esquinas como una bandera
mecánica, y su amor es tan extraño que se anuncia en las páginas blancas de la escarcha (y no en Times
Square). Es un amor a pies juntillas, de los que te adivinan el color de la desgracia.

El Parque acoge un fiel Ángel Guardián (está en los huesos) tan hermosa que parece hambrienta, tan hermosa como
medio muerta, sus rodillas extraordinariamente frágiles, hechas a semejanza de la lluvia, sus labios extraordinariamente.
El Ángel cuenta su milagro por las noches al calor del fuego y los niños
aplauden azorados, embriagados de una fina nostalgia que desconocen por completo.

Esta edad de las cosas que se parece al tiempo en el rojo de la sangre, en los viejos anillos de la tierra. Nombres
propios que deforman la voluntad del eco, interceden a favor de una corona de plata, llevan
flores en el autobús. Jordan. Destiny. Encogen si los nombras, se mueren si los nombras, desaparecen
si los olvidas en un bolsillo roto del pantalón. Han venido para quedarse en la inmensidad,
son inmensos como océanos de contenido, capaces de enloquecer a un millón de habitantes, de incendiar una ciudad
del horizonte al cielo que lo engancha, del origen al verbo.

Jordan ha escrito un libro blanco; tan en blanco como una mariposa en una nube,
como un ciego mirándose al espejo, como el mundo al revés. Ah, su poema es delicioso, es un poema de Amor
en clave natural, sin orden ni silencio, es un niño sin colegio; es: una mañana de abril. Pues nadie ha recorrido
su deseo ni su cuerpo ha sido acariciado, su rastro no se encuentra en la memoria,
nadie recuerda el aire pegado a su espalda furtiva, ni acompaña con palmas el sueño que retumba en su alcoba.

Nadie en la hierba, sino ella. Que ha mantenido la vista, todo un cerco de otoño en la mirada. Todo un fulgor de lluvia
en el tintero. La hierba se produce, es la manufactura del futuro; contemplad los espacios aéreos
fundidos en verde aguamarina, qué gracia del paisaje.

El humo nada tenía que ver con el sonido balsámico de la resurrección; una nueva patera musical acercándose a la orilla,
violentando la serenidad del clan, su farisaico desayuno al aire libre, sus tostadas calientes, la eucaristía
rodada en ocho milímetros de mermelada de fresa: nada demasiado convincente como para no estar ahí.



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