domingo, 13 de octubre de 2019

haciendoelar


Trae mala suerte mirar un tren que se aleja
(Elizabeth Bowen)

Estamos haciendo el arte juntos
entre muchos artistas, pero la belleza se hace sola
como un grano de café.

Hay una literatura de adorno que crece y se desenrolla, fulge y procede,
arrasa con la espontánea ambigüedad de los adjetivos truncos, viene para quedarse
con las personas. Hay una literatura
suave, frívola y destinada al éxito de sus personajes, el concilio de la lengua y el hueco de la lengua,
el silencio que sabe a terciopelo en la garganta.

La mala suerte
fue mirar el tren que se alejaba, porque era un tren del futuro. Con qué solemnidad
se fueron las apariencias primero, luego la realidad, luego el crisol de lo real, la fuente
luminosa que arreciaba en las letras como un mar
desatado. Y el poema se fue
porque venía ella para quedarse con la gente.

Desde el momento en que la verdad es ajena al discurso
que trata de representarla, en que la gramática no crea el sentido de la vida, ni el lenguaje
promete otra cosa distinta del mensaje, de la voz, que es solo aire en movimiento,
solo materia desenrollándose en el aire.

Juntos por el mundo; el tren silba en la lejanía,
dibuja un cuadro apacible en el que siempre amanece, siempre aparece
la luna dejándose querer.

Y luego los ojos se te van detrás del silencio, el oxígeno
te falta en los pulmones, la realidad se funde en un estereotipo, una melodía
crónica que no tiene remedio, como un grano infectado de pus el día de la boda, un alma infectada de luz
la mañana radiante de tu entierro.



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