¿De
qué forma?, ¿cómo es el frío cuando el día es más largo que su tiempo?
Los
ancianos sostienen que el hambre tiene forma de canción
y
que la sed, en cambio, es un silencio que rompe la piel de los espejos.
Y
los sabios les niegan el saludo.
Las
campanas no suenan y evocan un pasado irritante
a
fuer de condenadas al oprobio del vacío -de peso
y de
temperamento-, obligadas al tedio de la provocación.
Hace
frío. La tarde surte un lienzo que renueva sus escaparates:
novedades.
Novedades aparte, la tarde vuelve a gritar de espanto,
como
cada día. Los niños regresan a sus tornos, despiertos y, al final,
voluntariosos,
golosos de una suerte de inherencia mítica.
Nadie
es superior al vértigo. Círculos concéntricos sobre el plano,
es
todo lo que resta tras el impacto. Un centro de gravedad, un remolino
que
voltea su tronco, vira su bandera de colores ocultos,
se
revuelca en su propia satisfacción incómoda.
Da
comienzo el ballet en la tarima polvorienta ,
el
escenario ambiguo de una superproducción natural.
La
montaña gotea su ambición artística, se relame los hielos como una nodriza,
brinca
demasiado rápido para la niebla.
Sin
espectadores, una cabaña explota en medio de la ventisca.
Los
árboles caen desorbitados con un seísmo que sacude las madrigueras,
rebotan
en la tierra sin hacer ruido, representando su papel de mártires.
Existe
una maldad innovadora en cada matorral atormentado,
presa
en su cárcel de inquina, esclava de su odio a la ciudad perfecta
tan
orgullosa de sus adoquines, de sus larvas de asfalto
y de
sus edificios permanentes.
Las
ciudades prometen algo que no está en su mano poderosa,
que
excede su capacidad de sufrimiento.
El
campo, sin embargo, jura en falso por culpa de su nervio,
pero
no defrauda las expectativas de su fauna protegida,
ni
incumple su palabra enfangada en el azar.
La
diferencia empieza por arriba, por el cielo difuso y el cielo artesanal,
el
espacio lógico y el demarcado, por el valor y el precio.
Tiembla
la oscuridad. Falta de profetas, languidece la noche,
que
no se abarca e invade las cavernas.
Fluye
la magia como un río intensamente veloz,
negra,
plena de sabiduría, poco humana.
La
respiración incluye su firmeza. Miles de seres reptan y respiran
levantando
oleadas de humo, humaredas gigantes como incendios
tragándose
el bosque a bocados enormes.
Un
cervatillo corre para salvar su vida: corre. Sus patas nuevas
son
frágiles cerillas que arrancan chispas a la roca,
su
cara es una fotogénica máscara de horror.
¡Ah!,
¡quién supiera mirar con ojos valientes!
¡Quién
pudiera mirar al frente sin encontrar un horizonte de sucesos!
¡Quién
pudiera admirarse en el espejo sin escuchar la voz que le describe!
Los
hombres han perdido su contacto sagrado y ahora creen en dios
con
gran esfuerzo. Nacen con su pecado original, se curan en salud
y
van quemando etapas de abyección adulta. Se ganan el desprecio
de
la naturaleza, que es torpe e infantil, pero tiene principios.
Mas,
cierta creación que no sofoca su frutal aliento
subsiste
en el emporio vegetal y en la fragosidad selvática del monte
ocupa
su sitial aventajado.
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