Hablabas
de fusión y un pequeño desierto se fraguaba alrededor de tu sonrisa.
Empezaste
a beber, acorralada por el bourbon,
cuando
la nostalgia dibujaba parásitos en el suelo de mármol
y las
ventanas del gueto organizaban visitas por cien euros latinos
para
verse desnudas a través de tu miseria.
Aprendiste
a cazar pájaros a la luz de la luna
con
tus armas de invierno. Comértelos era una bendición,
aunque
en ellos permaneciera como un sabor de brújula, un regusto hacia el sur
que
te hacía evocar el tiempo de las televisiones.
Así,
te escondías de los magos perversos y de sus arsenales.
Hablabas
de amor y el desierto te cubría de mugre con un deslizamiento errático.
Pies
de plomo, y el oído pendiente del chasquido solar
que
anunciaba el combate, una luz en absoluto redentora.
Bebías
y bebías el agua embriagadora de los místicos,
reconocías
a dios por su dentadura mellada y su altura perfecta
y
rezabas un padrenuestro solo tuyo.
Aquella
tarde amaneció temprano:
un
ángel se posó sobre tu árbol de humo.
"un ángel se posó sobre tu árbol de humo".
ResponderEliminarY las palabras se me escapan como agua entre los dedos para decir ese no sé qué... que se ve y se palpa al asomarse a tu poesía.
Gracias, Emma. Para mí, es un honor el que alguien como tú, con esa especial sensibilidad para la palabra escrita de que haces gala, se interese por mi pequeña escritura.
ResponderEliminarUn abrazo y gracias de nuevo por el comentario.
Esteban