lunes, 8 de septiembre de 2014

primera abdicación


Ha guardado su corona. Recorre descalza las siete leguas de su alcoba:
el fantasma ha perdido la razón, ya no acecha ni a las tres de la mañana.
El espejo ha cambiado de sitio por su cuenta, al amanecer enlucía el tocador,
ahora finge ser la mirilla de la puerta. A ras de suelo, un Basquiat sobresale y peligra
porque en cualquier momento puede desvanecerse como un libro prestado.

Azealia se dedica a poner orden entre sus cuatro paredes interesantes. El gato en el alféizar,
como siempre. Esa pila de discos de vinilo que crece a ojos vistas con los primeros de Al Jarreau
(el jazz es un documento imposible de archivar). El castillo ha formalizado su relación con la ciudad,
se ha liberado del boato y el lastre mayestático, de su alcurnia; su arquitectura ha sido reformada
para no desentonar con el entorno horizontal y ecléctico, tan funcional y básico, tan claro.

Subiendo a la favela que se desmorona o en caída libre hacia la caravana con televisión en color.
La frontera que hace ¡crack! Los cañamones que explotan y el humo surgiendo en su apogeo
y su fracaso. Como aire, el ambiente falla estrepitosamente. A una distancia utópica se encuentra
la cancha de baloncesto, donde los aros hace tiempo que renunciaron a la geometría.

Un garbeo. Los guardias no la ven cruzar la avenida sin mirar a los lados, y es mejor así.
El tendero la saluda con una sonrisa no evasiva ya que viene a alegrar su economía, a mejorarle la fama.
Cuando ella se mueve no hay hurtos en el barrio, los chavales ofrecen su versión más estoica
y se muestran conmovidos, ciegos de sueño americano y hierba del montón.

Con el tiempo se echa encima la noche y AZ tararea a su estilo real.
Su séquito comercializa la proximidad geográfica de su pelo trenzado ,
la insolente rectitud de su mirada. Los animales se apartan, las farolas lucen con enjundia
y los espectros llaman sin éxito a la rebelión de las almas. Todo paisaje es una provocación,
pues se escuchan los disparos de las armas de fuego, la canción de un alcohólico rehabilitado por alguna vez.

¡Ah, el peso de la púrpura! El metro se ha estancado con el agua hasta el cuello. Toca desandar,
abrirse paso entre la lluvia, toca hundirse en el barro, chapotear en la sustancia inspiradora.

La Princesa ha pisado su corona. Las palabras giran como satélites en torno a su palacio,
forman noticias de última hora, letras hermosas para la música rebelde (una devoción Arkana).
En esencia, el hip-hop realiza maniobras para apoderarse del mundo y ella las filma con su cámara oscura.
Su juventud está en primera línea, sale a la calle y no vuelve a dormir, sale de casa con lo puesto,
sin dinero ni sonrisa de artista, solo con un vacío entre las manos (si ha de caer rendida la belleza)
y un espacio entre los labios donde acunar el silencio clamoroso de un beso.




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