miércoles, 3 de septiembre de 2014

exuberante amor


Musgo: en tal dirección. Por su camino al rosal, musgo. Proliferación de hongos,
algo barato. En la viñeta un pelo largo como el de Rapunxel, flexible y consistente.
Hay algo pero que no es nada exclusivo. Un misterio de andar por casa.

Esta música infecta los sentidos, es cárnica. Huele a carne podrida, como en el matadero cinco,
toriles, sangre y arena, como a océano. El arte está ocultándose en las cuevas igual que antes,
cuando los hombres nadaban entre dos aguas y no violentaban la naturaleza.

La Princesa cansada de fumar. Cansada del Amor. El musgo invade el pensamiento
y llega hasta la Luna, frecuenta este espacio interplanetario plagado de chatarra y restos de cometa,
cubitos de hielo y antenas hiperbólicas que sintonizan una FM fósil.
Por el aire, humo a reacción, sabor a chocolate. Reguero de esporas y enjambre frutal.

Se sabe que el amor se acuerda de después, se acuerda de mañana porque ya está de vuelta
y ha vivido ya todos los recuerdos. Azealia ha experimentado un sincero retorno (secreto):
a un pasado a punto de suceder. En el pasado estaba enamorada de un Profeta sin nombre,
eso dicen los archivos del distrito. Y todo Harlem sabía que un aroma frutal cortaba las auroras
y pronosticaba audaces episodios, escenas memorables de besos a contraluz.

Especias para cocinar. Especias para chicas especiales. Una cocina andrógina.
El cuerpo hecho a conciencia, dando de sí el alma reventando las costuras de la melancolía.
Por los ojos, la superheroína en el acto de prodigar otro acto heroico: y el gatito en el árbol encorvado.
Los árboles del barrio se secan a manzanas y adoptan el tormento del olivar, su caracterización malsana.

                Y Azealia no va al parque desde que el parque le propuso relaciones.

En la ciudad cabe un poco más de aire, incluso por debajo del ambiente. Las muchachas deconstruyen sus trenzas
a golpe de serial, quieren un cabello cuidadoso, sedoso y títere. Desconocen la insuperable potencia
de su aspecto. ¡Oh!, tan exuberante su formato original.  Pero la Princesa se debe al universo,
ha de resignarse; la masa exige sacrificios, pone focos, impone sus reglas demográficas.
En la cúspide no es posible la soledad, todo son alabanzas, todo dádivas,
bailes que no terminan de empezar a las doce de la noche, calabazas y carrozas, de Halloween y sin mirar atrás.

Azealia es reconocida en el mercado, en la tienda de discos, en el drugstore.
Se arrojan a sus pies, besan la tierra que ha pisado, quieren besarla a ella, quieren amarla los que aún no la aman.
La gente se aglomera aunque ella no canta, ajena al bullicio: en su forma de ser.
Es algo virtual, algo instantáneo.

También se rumorea que un androide casi perfecto como Cindi Mayweather se pasó de rodada
y terminó apiolado en un solar desierto del Bronx.





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