viernes, 10 de octubre de 2014

lo que tarda en llegar un tren de cercanías


Nadie la reconoce.
Su inocencia es un préstamo divino, el raro don de la belleza por encima del arte, de la belleza
por encima del espacio reservado a la historia.

Hasta que canta. Nadie la reconoce. Hasta que vuelca un tarro de mermelada sobre el cristal
y lo recoge con los dedos. Hasta que estima un verso próximo a la perfección romántica: sin malicia.

Ella sabe lo que quema el frío, cómo arde la soledad en los portales,
cómo se pasa el tiempo con un cigarrillo en el hueco de la mano, lo que tarda en llegar un tren de cercanías.
Ha rimado con el sol su temperatura, su fiebre alta, su doctrina del rap. Cuenta con un paso en español;
su talento rebasa la frontera y desciende hacia el rito, se moja la camisa en la sangre madura y renegrida del odio
o descubre un amor a bocajarro, cansado pero libre, acentuado solo en el claro reflejo de su alma.

La inocencia superó las pruebas. Antes del público, el futuro era un canto general.
K pensó en un poema infinito y puso manos a la obra.
El primer verso fue caótico, como una restauración de la pausa, un pecado con derechos de autor.
Luego siguió toda una vida intensa, la abreviatura de la vida misma como es hoy, ahora
que necesita tanto fuego para no separarse de su estilo.

Hubo un lugar. Hay un sito para ella que siempre estará ahí: donde los pájaros entonen su melodía pulcra.
Porque los pájaros prefieren ser jilgueros pero son avecillas nimias atrincheradas en la página final. Porque el libro
es un compendio tramitado en un rapto de concordia exquisita, o una falsa pasión.

Keny busca un palacio en ruinas y halla su hogar. Está entre los escombros más hermosos de la tierra. Su presencia
invoca una luz coral sumergida en las nubes. Techo no hay. Parece eterna la forma del cielo
desterrado de sus puntos cardinales, ahormado en su bóveda caída. Es rápido y trepidante
el trasiego de espíritus discretos, el tránsito de lo que no se ve.

Algunos ya se inclinan ante ella y sus reverencias son de gran nobleza.
Los niños bailan sin doblez para distraerla. Ritmo. Todo el ritmo que también se dobla sin entrecortarse
ni un segundo de más. Habla la calle y su lengua sacrifica las palabras que abusan de la verdad.
Los aspavientos crónicos de la miseria son un hábito -quizás- del que habría que desprenderse para celebrar su reinado.
Ella es un ángel que ha venido a la tierra y tiene sueño. Y teme a la oscuridad que abraza su sombra delicada.
Es una campana de oro sin valor para los príncipes.

Su pureza está en la bruma, cabalga vientos ideales. Su pureza es el verbo, un sonido en secreto,
un poco de alegría que se lleva como un niño de la mano, como un niño a la escuela,
un pañuelo en el pelo o un vestido de flores la mañana del sábado.




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