lunes, 21 de marzo de 2016

sweet


Sobre el arquetipo de la victoria planea la desconsideración, gruñe un vaso roto. Desde su despacho del vertedero,
Jordan reorganiza la familia, dispone, condona y facilita las cosas. La acera es un fenómeno
contrario que se bifurca en alguna dirección, hacia otra parte. Por ella cruzan
ríos, se apartan los soldados,
se encuentra una felicidad con zeta. Polvo y luz solar, un cielo
azul-manzana con buen color, sano y resplandeciente como la fortuna. Bajo este cielo se puede
sintetizar, es posible azorarse en el lenguaje, vaticinar un verbo consecuente que no se eche para atrás.
En poesía –Jordan sabe– la coherencia está sobrevalorada, como en política:
el poema de hoy mañana será un cuento.

Sucia poética sweet; qué poética basura saturada de suposiciones, obra que acarrea
pilas de predicados holgazanes, adjetivos de un solo uso. La reiteración absurda que no soluciona el problema, causa
ceguera, eccema, lunares y vegetaciones.
Si hubiese una terraza elegante y no depauperada donde sentarse a mirar,
a escuchar el roto de la vida, su pájaro cargante, su motor. Todo afónico como un sintagma especular, un diafragma
congestionado, hundido como un galeón.

Megáfono en la plaza: Jordan, ¡hay que soñar! Y ella sueña con una serie de televisión (Azealia
es la princesa del momento). Se prepara entonces para el próximo recado, la próxima revelación, el acto
sinuoso; lee un trozo de Irene que es tan atractivo, suena a realidad y pica un poco.

Nunca ha sobrado (tanto) amor. Es fisgar por la mirilla, salir del orfanato a la calle delicada, peligrosa y todo, salir
del sanatorio y no sanar, ser atropellado por el aire, ¡mira, una mosca!, mira, una flor. Seguirlos –a los niños–
y empaparse de su estado, jugar a moderarse, a contener la rabia. No hay
rabia que valga, estamos muy contentos. Ella viste de marca, suele llamar la atención con sus medias de colores, su lado
personal y otras armas escénicas.

La acera no se termina, la avenida es larga como la probabilidad
de no hallarse y no estar cerca. Surge la casa grande en la que se mascan tragedias y hojas frescas,
se consultan las tristezas de ayer. El aire huele a pan porque alguien ha horneado en su memoria. Bajamos la escalera,
como dice el poema, nos cruzamos con mucha policía, aprendemos a aguantar el humo. Y ella dice que ha visto
llover (cuando ha visto llorar). La hierba está mojada y sabe a café. El parque está mojado,
a reventar de rosas.




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