martes, 28 de junio de 2016

capaz


Maya fuera de cuadro;
¿quién puede verla? Muy lejos de la primera plana, lejos del objetivo
fotográfico, de la vibrante cámara al hombro. Juega con la brisa que sacude el armazón homogéneo de los castaños,
suple la sensación de aquella primavera suelta en el bolsillo con un tesoro
nuevo, una nueva amiga o un silencio en el vientre.

Los blancos acechan y Jordan no lo es. Jordan es capaz, su piel alejandrina, carmelita,
tan poco pálida, tan pura; su corazón que pulveriza la roca,
sangra nieve de tan alto, alza un castillo en la memoria. Esta mañana ha construido un amor extraordinario, que le viene
holgado, diferente al que predican, a todo lo escrito hasta el momento,
un amor particularmente vivo, pese a lo estático, a pesar de su estatura (¿otro placebo
para sentirse bien?). Falta cariño y sobra rectitud en páginas,
vagones, cafés literarios plagados de poetas finos y de poetas alargados como un poema especial.

Al fondo, Maya salta a la comba mientras el blues asciende
del asfalto y, junto con el tiempo detenido, curva el soplo del ayer y toma la realidad hecho un instante.
Mientras la hierba.

Los edificios que bordan la avenida han reducido a humo
la densidad de su sombra, su cosmético perfil, contorno exacto; retienen el dolor o lo bajan al sótano,
soportan el peso antiguo de las golondrinas y el clamor de las palomas,
brillan de vuelta a casa antes de que anochezca. Y las niñas del barrio –superpuestas a la angustia general– cosechando maleza
con las medias rotas.

Mendigos habituales retuercen la veleta de la iglesia a fuerza de miradas. Son víctimas del aire, solamente.
Prometen una grandiosa producción académica, una dramaturgia escrupulosa.
El hambre siempre ha distendido las complicaciones, acalla, priva, sepulta la voz bajo el mito de la misericordia.

Al principio fueron los tranvías, luego los autobuses públicos, después los taxis,
ahora no hay circulación y la longitud prosaica y misteriosa de la arteria principal ha desparecido
como una dimensión extra relegada a su palacio invernal, ya no figura en los mapas ni en la guía de teléfonos;
el vacío se desmorona también, pero lo hace con cautela. Jordan no es que sufra un desengaño,
ni planee el robo del siglo en otra comisaría abandonada, sus expectativas
rondan la materia de los sueños, planifican un renacimiento en cada muro despojado de luz.




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