martes, 7 de junio de 2016

noticias del futuro


Alguien espera, finge respeto, pero la nieve brota de un pecho lejano, es
arte del horizonte. Nada más. Reza por el frío, simula un ardor en la garganta; el tiempo
desaparece por una rendija antigua. Este calor revienta de futuro, se reencarna, aspira a la deidad y el éxtasis.

El parque ha probado el dulzor de la mañana, se ha llenado de vibraciones que colonizan
los párpados como gotas de polen, grumos de fulgor. Los autos llevan el signo de la noche aún grabado
en su estampida, los bares no han cerrado la puerta de atrás. Por la calle
nadie se parece a nadie bajo el sol, todos huyen con la misma urgencia, han infringido la misma ley de hierro.

Jordan fuma porque le apetece sentir ese peso muerto. Los árboles desprenden sombra o encañonan
a la luz, quién sabe. Pasan los pájaros como ecos de porcelana, madres de terciopelo. Es sábado y a pesar de todo
hay que ponerse a trabajar.

La tensión se reduce a un perfume –acaso neutro, divergente– que preludia otra ausencia definitiva, algo así.
Abre el Museo su pretendido espacio, el espacio preferido por los muyahidines y sus bayonetas,
aunque no quedan obras tan solemnes como solían ser aquellas incautadas, revalorizadas, prescritas por el médico
forense. Ayer ardió Damasco, pero la noticia es hoy.

Duelo y dolor, bocanadas de luto; el silencio elevado a los altares de la recaudación ejecutiva. Te restriegan
la forma sagrada por la frente y ya eres uno de los suyos, ya puedes matar.

Niños que cruzan de palabra la avenida informe, enorme y constructiva, sin padres que adorar. Perros que se van
de casa antes de cumplir los dieciséis. El DJ de la esquina
ha cambiado de esquina esta mañana, le ha dado la vuelta a su chaqueta y pincha música real: es preciso
saberlo si quieres dirigirle la palabra.

En el entreacto, Jordan ha escrito una carta (no de amor). Le ha susurrado el canto
a una figura sonriente y práctica. La rúbrica es tan poderosa, resume la experiencia, denota una gran responsabilidad;
la carta busca un punto de vista valioso y derrama un vaso de sangre
sin querer. Ha caído el primer copo envasado al vacío, parte de un ángel, quizás
pálido reflejo del humo que asciende, providencial, al cielo arrebatado.  




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