viernes, 10 de junio de 2016

el exorcista


Jordan ha sido poseída por una cantante soul
que no es Whitney Houston. Se ha levantado con una canción de amor temblando entre los labios. Y no es
la insolación de ayer, los cuarenta grados a la sombra, la deserción
absurda de toda sensatez, toda esperanza, fraguada en la caldera de la mente, es un concepto
estricto que relaciona el alma con los pájaros, sustituye el pensamiento
por un arte mecánico que condensa las ideas y avizora el eco de mil voces dormidas.

Se detiene el jilguero emocionado en su brote insular, su rama poética; la tarde
deslumbra de tanto espíritu arropado en el aire. El parque alardea de su crítica naturaleza, crea su propio Walden
a partir de un secreto filtrado por la lluvia,
entra en erupción como un Vesubio breve. La voz retorna magia, supone una vuelta completa a lo desconocido,
silba su propia aria, reflejo de una métrica pobre.

Ha postergado la curva de sus besos, ha dejado para hoy la idolatría, llora frente al espejo
como una María Magdalena, una Gioconda ilesa; su acertijo es el mantra que repiten los libros flacos de la estantería,
el hálito postrero de un animal cualquiera, de un insecto. Sin médium
ni poeta, ni palabras adultas pasadas por el quirófano de la misericordia, auscultadas en vano,
reunidas al extremo de una página bella. ¿Quién firma el noble
ascenso de la forma a la categoría excelsa de lo salvaje y puro y, por tanto, más cierto?
¿Qué demiurgo?

Aterrizan los chicos después del atracón con un soberbio estrago en las narices,
se muestran tan dóciles mientras libran su penúltima batalla contra el ego,
balbucean pretextos. Jordan frunce el ceño antes de arrancar a reír: los muertos de mañana ya van resucitando,
suben a sus carruajes y patalean al compás. El milagro resulta más común
incluso que el mismo dios en su mínima grandeza.

La línea busca su culminación con una nota sintética
al margen de la corriente principal y sus entradas. Whitney no ha cantado aún, pero su voz
arrastra el entusiasmo nativo de los príncipes también en el abismo de su ausencia, más allá del silencio
y su ventana abierta.




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