viernes, 11 de agosto de 2017

la diferencia


pulsión

Tan consciente, enamorado de sí, empalizado de sí;
observa la sencillez que abochorna: una línea tras otra,
sin conocimiento ni concesiones a la lógica. Es tan fácil de crear, tan fácil de creer. Acostumbrado
a la titánica labor generadora del entramado narrativo,
su falta de rendimiento inmediato, su lapso concluyente, fantasea
con el realismo pelado del trapecio lírico, su exótica simplicidad. Ah, sin sudores fríos,
ni devaneos, ni contusiones sintácticas, colisiones con el verbo, prevaricación estilística incluida.
Todo incluido, vacaciones de papel en los nuevos territorios: avenidas salvajes, campos modélicos. La lectura
de los felices asociados es el requisito, la interacción corporal necesaria con los ritmos más sinceramente
pop(ulares) de la cultura. El resplandor de la tertulia aguarda al intrépido y correoso autor,
el laurel de la crítica imposible.

decepción

Ese doloroso término, la suposición indigesta de la máxima
ineptitud, el corolario a una tradición inexplicable. Días de asueto o de asimilación, atragantándose
con los mejores autos, la pulcritud redomada de Roth (sin veleidades). Oh, la mayoría de las grandes obras abundan
en su gramática todoterreno, se ven correspondidas por el estro y su prestidigitación. Atascado,
siempre en el atolladero, volcado en su caída aparatosa y su destino
apacible de agricultor, hombre de campo, asignado a los trenes y su tétrico complejo,
su desempleo, confinado a la vergüenza y el candoroso olvido. Preso
en la verdadera corrupción que escandaliza a las almas; devastado y sin freno,
seco ya de palabras (si no de objeto), sin evidencia de género ni esperanza alguna de libertad,
derrotado y sin alma que convocar al abismo.

belleza

Desde cuándo (no puede verse). Solo desde el otro extremo del mundo, desde la espina del Golgota. Cómo no
sucumbir a su distancia. Vemos en su ausencia una persecución, en su presencia, tal desplazamiento. Su ramo
no toca la tierra, sus pies no habitan este sentido enfermo de la existencia, el tamaño del polvo, ni sus manos
verifican la longitud de la hierba. Ella camina hacia el lago que procede de un millar de horizontes,
prevalece sobre un rincón de nubes asustadas. Y su estatura.
Desde cuándo puede verse su milagro, la femenina acción de su patria invadida por el cielo;
su amor, desde cuándo acepta las correcciones de la sangre, la infatigable disidencia de su cabello herido, su voz,
que desprecia el sonido de la lluvia, pero anhela su vigoroso arranque… Su encanto se pronuncia
hasta la fuente agónica del río, se divisa con tiempo, alcanza una fecundidad en su materia semejante al ingenio de las flores,
es tan rosa que duele, tan roja que renace, tan fecunda
que acomete pirámides de agua, Nilos de algodón y circunstancia. Atended a su rostro,
aprended a enamoraros de la estatua que recibe su nombre, temed por la manera en que añade a su historia
otra muesca de arrojo. El misterio es del aire que gravita en su contra con secreta
violencia. Ahora retorna, escribe en su pequeño libro, rema por la soledad con un hacha de guerra,
una rama de cerezo florecido, un beso demasiado prudente para el espejo
que alarga la dulzura porosa de sus labios.



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