martes, 1 de agosto de 2017

the walking dead (según VR)


Yo subo por la noche a la montaña,
y la montaña es obra de mis manos:
sus quebradas son tajos de guadaña
y sus árboles son seres humanos.
Sostengo esta certeza tan extraña
–memoria oculta en sucesivos planos–
porque de noche la verdad me engaña
mientras obra escaleras y rellanos.
Yo subo a la montaña porque (¿viste
que en la montaña está lo que no existe
y lo que existe está como si fuera?)
es obra de mis manos, porque existo
en otra dimensión –visto y no visto–,
en la que estoy como si no estuviera.

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Según Von Rezzori: el hueso duro de roer de la realidad. Vemos que J. es abducida de su elevado
gesto, su posición cimera. Tras un instante de desconcierto, las cruces
abandonan su mutismo y se llenan de lápidas con el nombre por dentro, con su nombre. Por la voz puede seguirse
el índice arrepentido, la demolición de la melodía indica un suspense,
rubrica una inseguridad abierta al infinito. Sus lágrimas relucen como perlas arrancadas de una poesía selecta,
extraídas del vientre del volcán antes de arrojarse al mundo.

La realidad rueda porque es tan resistente, abarca un poco de todo lo que existe,
es novelística y antinarrativa, es la antítesis de la buena vida, un mosaico de tradiciones inocuas
que llevan un extracto de verdad en la pechera; vemos que Jordan cuadra un embuste de primera categoría,
un impostura norteamericana que no ha pisado las turbias avenidas de San Antonio,
sino las holgadas manzanas de Highland Park, con sus letreros en la lengua del milagro.

Para la literatura, el poema no es suficiente morada (sin moldura neoclásica, según VR), es un hogar a bulto, siniestro y fugitivo,
repentino, insalubre, nonato aún, procreativo apenas, y eso nos lleva a.
El precio que se ha de pagar por un entresacado de realismo pedestre, una familiaridad, vamos a decir.

Con suerte, la familia se menea o se achanta, asoma por encima o por delante, muere o se levanta y levanta la voz,
distribuye píldoras al dente, kilos de iluminación, o sucumbe ante el escombro de la patria olvidada;
construye y contribuye a la grandeza del odio
o evacúa sus licencias artísticas en la medida en que se odia a sí misma con esa medianía
tan aplastante de los necios y las bellas personas.

Observamos este principio de mediocridad: ni somos especiales. Tampoco ella. Que tiene un timbre
en la garganta y actúa en representación del multiverso. Que se ama para que la amen hasta en un trozo de papel,
hasta en una montaña de recuerdos. Según Von Rezzori (que no se lo atribuye): el recuerdo es pecado. La sangre,
entonces, ha pecado al nacer. Este tiempo menguante que se resiste a desaparecer
como una actriz de reparto, un personaje de TWD, un verso demasiado locuaz.

Nos dejamos el Amor, que está entre bastidores (emboscado) mordiéndose las uñas, imaginando un crucigrama imposible,
el cubo de rubik de los juegos de letras, la fascinación por la semántica o el juguete distópico del comandante y la criada;
el organismo moral de la sociedad reclama una reconfortante oxidación; el poema
sirve a esa causa en espíritu y renacimiento, es carne de la carnicería y tierra fértil, agua y también
sed de alienación (aliñada con unas gotas de espanto). La buena noticia es que Jordan no ha muerto, solo está
enterrada en el paraíso bajo una lluvia de girasoles, tal vez a la sombra de una idea,
bajo un ramo de rosas y otro vestido blanco como el fuego.

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