viernes, 1 de diciembre de 2017

cazarrecompensas


Una muchacha cualquiera, una mujer, un hombre propiedad de las sombras. Si Jordan hubiese
derramado una lágrima de sangre,
una tras otra; cultivando su huerto pequeño al calor de la matanza, arbitrando la masacre
con los ojos perdidos. Ella, huesos a flor de piel; en la espalda
dolorida el beso del arcángel, la voluntad
del látigo.

Hay una cabaña, un cráter para escapar del fuego; la recta entre dos puntos ciegos del océano, el mapa
cuadriculado de la extrema violencia. La guerra soterrada, qué paz enmudecida
a voz en grito, el reclamo sangriento de la gloria (confirmada la existencia de un dios criminal). Dios existe para explicarnos,
para explicarse la inocencia
y dar fe del horror.

Se nace en un corral, se vive en una básica perrera (a lo Danilo Kiš, básicamente), se conocen
las órdenes y las obligaciones, se vive en una reserva diseñada por expertos
cazarrecompensas.

Uno tiene la piel un poco hecha, uno tiene la piel ensangrentada y la tiene por los siglos de los siglos. Amén.
Uno exhibe una ráfaga de piel en un momento y es para toda la vida. La sangre
se reproduce y muere. Jordan ahora viste sus harapos, su vestido del domingo,
baila junto a  los viejos alaridos y la carne quemada, siente un ardor en la boca del estómago, un alma en su terreno
(fama que labrar). Verdes no son sus ojos,
no son azules. Sus ojos son oscuros y valientes; aunque vaya perdiendo.

El amor está tan lejos como el hogar, tan lejos de casa como la casa misma y su arbolito y su risa; la risa
retumba en otro mundo porque el foso conduce a la monotonía celeste: es preciso
descender el universo, escalar un refugio inconfesable, visitar la nostalgia de unas alas, el deseo
masivo de v o  l   a    r.

Desplaza su esqueleto y nada le conmueve, el sur desplaza su calavera insomne, el eco de una maldad postrera,
de una atrocidad sin condiciones. Los besos que se compran y se venden dejan
cicatrices en las fotografías, en los retratos, y también en los sueños.

Pero hoy la victoria recibe en el espejo.
Resiste en la belleza cultivada en la piel invisible de los ángeles. Es un himno a la herida curada por ensalmo,
un alba contagiosa que no se deja a nadie y mueve los caminos
y borra de un plumazo y a conciencia el rastro clamoroso de la libertad.



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