miércoles, 27 de diciembre de 2017

cierto milagro cruel


El ejército de dios ha sido derrotado. Hay tantos ángeles. Unos llevan su nombre en el alado pecho,
sus ojos detallan la verdad; mas no todos son bellos
como estatuas griegas, algunos soportan la básica hondura de las tríadas, talleres a la luz del mercurio,
otros resplandecen sus labios agridulces, una serenidad
infantil invade sus mejillas, cuidan la voz.

En la batalla, la muerte ha declarado la paz; la brutalidad del cielo
ordena sus legiones, derriba monasterios suspendidos por la magia. Este ángel pisa la hierba
con la mirada; sus piernas deben ser, sus dedos olfatean la memoria de los príncipes. Este ángel
absorbe metros cúbicos de luz, no se inclina.

Pecados y cubas de vino, montículos ardientes en el coro, capitales en el mapa del dolor
humano. La creación fue una vulgaridad, tuvo su momento,
y suficiente. El agujero era tan hondo como un verano entre dos mares, como un saco de arena. El mundo sobre los hombros
de una mujer encinta, su piel eléctrica y aquella vertical de su sonrisa. Fue cruel el milagro,
triste acaso; la noche seleccionaba espejos entre las gotas de su ligera lluvia.

Era diáfano el ángel, tatuado hasta la espalda, doblado en un rictus
personal como si impartiese justicia con el surco de su vientre. Oh, se defendía de la fuerza del viento,
arrancaba látigos de cuajo, tendía un alma larga bajo el sol de octubre.

Ha sido encarcelado el ejército de dios, sus generales van dormidos al destierro,
sujetos a un pesado estilo arquitectónico, un estigma que destruye planetas.
Sobre el barro, el ángel pulveriza la forja, rebasa la frontera entre la tierra y el infinito, se demora en el sueño como un ave.

La fortuna procede del espacio, es lo único que falta: un lugar donde (caer), una casilla en blanco
para sellar el fracaso, para explicar su estrépito, su lógica cordial. La carne que parece un pensamiento y produce
los monstruos adecuados. La sangre que hace gárgaras de eternidad. Este ángel ha contraído sus alas,
entiende todos los idiomas menos el de la suerte, menos el de la muerte, que le ha regalado su cetro. El campo de batalla
es un campo por encima de todo, así que lo recorren trenes sin blancura,
como recuenta sus árboles dorados cada tarde y, al terminar el día, recoge los cadáveres
y olvida. 


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