viernes, 8 de diciembre de 2017

soul train


Coko está cantando:
There's no pain I know
Like the pain I feel, feel in my heart
… Cora escucha sentada en su tocón. Puro anacronismo;
huir del parque no es factible, por ahora, tampoco para los fuguistas
eruditos, aquellos que han desentrañado la tierra, han excavado con sus propias manos y han sentido
el brillo de la arena entre los dientes.

Cora lee y cada página escapa sumergida en un vagón de lágrimas. El parque tiene sus rendijas,
sus alambradas y su estratosfera (que no existe). La libertad
es un muñón o una cicatriz estrellada en el cráneo; la libertad es un niño que se muere, un barracón
enganchado a la rutina del tiempo.

Las banderas han desaparecido. El poeta vio sus cenizas y advirtió el
súbito incendio de la patria. Para escribir, entonces, hizo falta un relámpago de sangre, pero el poema yacía en la memoria.

Esta piel es un monumento al amor. Coko canta y su piel reluce entre los verdugones de la noche,
su piel es un fantasma moribundo y es una deidad recalcitrante; ella abarca toda la historia,
mueve la capital del paraíso, destrona planetas, eterniza soles con un rapto de vida de sus ojos. Su canción
retrocede hasta el primer atisbo de justicia, cambia de registro
para dirigirse a los cadáveres atentos.

Las posesiones de un niño, luego, las pertenencias de una mujer adulta: un botón, una piedra de color violeta,
un cartel arrancado de la luz: se busca. Y el mundo es una búsqueda incesante, y casi es una búsqueda obsesiva,
se busca por el aire –que se parece al cielo–, se busca por el cielo, incluso por debajo de la luna.

Cora nunca ha visto el mar. Por eso escucha tan confiada, por eso no comprende los signos,
la devoción de los otros por el arte. Pues su amor es mejor que el mejor poema de Whitman, mucho más digno,
más culposo, más actual. Su amor es una falsa alarma, es un ángel
cohibido, la crudeza racial en pleno rostro; su amor es de una raza superior.

Coko recupera la visión del recuerdo y chapotea entre las olas, asiste
estupefacta a la resurrección del universo, se muere o no se muere. Se debate. La balada fluye como en una cadena
de montaje, una serie de crímenes que van siendo desvelados (no resueltos) al ritmo obsceno de la recolección.

Hasta que Cora no ha recibido un millón de besos no ha parado la música.
Ya se disuelven los arañazos del pasado, quedan
secos los ríos y la madrugada
orea sus desiertos, motea de sombras tan hermosas la obligada renuncia, el bello, forzoso desaliento
de la felicidad.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores