miércoles, 8 de agosto de 2018

romance unánime


Se trata de un espejo localizado en un suburbio de Dakar,
no es un punto poético, ni un pasadizo donde quedar atrapado, ni un pasadizo húmedo bajo la autovía;
no registra una temperatura de cuarenta y cinco grados ni desciende del melancólico   
verano bucarestino. Es una lengua mediterránea que se prolonga y viene a ser, es un politopo y un romance
por unanimidad.

Ella está aquí. De nuevo. Embarazada de seis meses. De cuerpo presente.
En el Parque ahora es tiempo de cosecha; esta hierba legal
promete una insinuación –arabesco suspendido de un cielo que no alumbra–, se compromete con el espacio y sale
al aire contaminado de la noche.

             Cuando tienes un sólido neoplatónico, napoleónico, el poliedro escalofriante, la montaña
devorada por el llanto de un canario minero, su canto mestizo; cuando las variantes infinitas del trayecto
constructivo se desmadejan y anulan la realidad con una llamarada de color. Cuando ella esté aquí, oh, madre general,
madre inspirada, mujer y sombra.

Ella dice que el futuro es la sombra del presente, la sombra del honor y de la vida. Pues este mundo
acoge, comprende su idioma porque el verbo tiene sus raíces en el humo, toda palabra nace con dolor; el espejismo
contradice la forma, enuncia un párvulo ruego y resucita.

Se trata de un espejo focalizado en el cálido extrarradio, un remedo, el conato inaccesible, la movilidad
fraterna, la navegación de las almas. En el poema, un alma se lanza a lo desconocido y desaparece, trunca su acento,
su literal cansancio se hace dueño del viaje, no está tranquila ni echa
fuego por los ojos, es solo un pequeño frasco de belleza probable, una primavera
como en todos los libros.

             Arde su imagen de metal y carne, su llanto funde la infancia de la ciudad sepultada en la memoria
personal de los pájaros, las abejas de católico nombre, los gatos alojados
en la gracia. Hay una llamarada, se ve desde la piel del horizonte que avanza, promete la salvación del Arte y el dulce
sacrificio de una gota de sangre derramada en el surco gigante del amor.



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