viernes, 14 de diciembre de 2018

saltos de aguja y mares interiores


Son dos años de sangre: son dos inundaciones
(Miguel Hernández)

Pesa el tiempo,
pasa, y su autoridad se superpone a su metamorfosis, es tan insigne que fluctúa en su elástico
caldo de cultivo, exaspera la nostalgia. El tiempo pasa colgado de un gancho
como un cuarto de ternera, una persona muerta, huele a sangre y pudrición, a estómagos y córneas,
a cambios de aguja y mares interiores.

Pongamos un disco rayado; el aparato acústico de la soledad ha desarrollado un monstruo que suena como Pink Floyd,
con el mismo arrebato distópico y la misma proyección mayoritaria.
Mañana habrá que elegir: el cuádriceps del fascismo o la manga ancha del pensamiento. Los héroes
pertenecen a otro campo, un campo
que abunda en el pasado.

La historia crece en las hazañas y los personajes, ambos significantes
constituyen la atmósfera de la realidad diacrónica, su plano interactivo, su pleamar y su índice. El Parque es apenas
un marco regular para la poesía, una poesía
afiliada al sindicato, un tropo colectivo que arranca malas hierbas,
cuida del prado y sus límites abiertos.

Trabajadores que estornudan, viajes a la Luna, retoños a punto de alimentar a una familia; el invierno
transmite su derecho al ajetreo de los huesos, su cóncava nomenclatura, su majestuosa
viabilidad. Música para combatir el frío en la memoria, el frío
que amanece, que amenaza con ser, darse la vuelta y ser.

Ahora las chicas son gigantes y basculan contra la estación postrera y su estoicismo,
gesticulan al modo de una cantante de ópera,
óptimas y alegres. Han desoído la voz oblicua del mesías, su polifonía estrepitosa, y le dan patadas a una lata de cerveza,
tiran piedras al agua y se sueltan el pelo entre vaivenes y risas. El futuro es una roca,
un monumento alzado en el vacío, es la sombra de un deseo invencible, el eco
ilusionado de una vaga traición.


A bread line (1937, Margaret Bourke-White)

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