martes, 12 de febrero de 2019

el mismo río


Un beso detrás de la puerta (¡es un milagro!). Sobre el frío, se quemaban las hojas y los cuerpos
quebraban su esperanza para reverdecer, mudos como sombras, troncos erguidos en la noche perpetua.

Aquel aroma libre, aquel horror a gasolina y miedo, el sudor
arracimado en las manos abiertas, el grito igual a un río, el río igual al sordo rumor de las prisiones, el ruiseñor
del agua remontando un perfil de niebla inteligente,
su caída y su eclipse, su desaparición.

Así se desvanecen los besos. Se demoran los hechos. Las maravillas
dejan un rastro maravilloso en el aire, en el río que adormece su esencia, ese caudal distinto. La base de tanta
infamia, el argumento literario de la devastación, el rango
probable de la iniquidad era un dibujo infantil, una reprimenda, un zapato embarrado,
un jersey roto por los codos, una pedrada en el espacio destinado al silencio, acaso una admiración de más.

El campo te devora, te quita las legañas del espejo, te limpia la nariz con estropajos, te abriga a sorbos de nevada,
–demoledora escarcha–, te sacude los ojos y los lanza a través de puentes
derribados, casas alzadas en un término medio de violencia y pánico.

Un beso detrás de la sangre, más alto que las nubes que agradecen el sortilegio de la primavera,
restituyen un poso de triste autonomía, se conforman con volver.

Desde qué divisadero observa el genio la rendición de las almas. Qué cultura se esconde,
ingrata, por no revisar el relato de la perdición, qué gran cultura divide su egoísmo entre varios libros
sagrados para afianzar su olvido en la distancia.

Vamos a ver qué mar, si el mismo río, el mismo brote de agua
estancada en el fondo, la misma extraordinaria infinitud. Hay una responsabilidad en todo esto, en la obra ligera
dedicada al prodigio y la magia que aguarda su turno cubierta de polvo y transitoriedad, cubierta de lágrimas
y espinas, arropada de flores sin poema. Oh, la palabra inerte que arrecia en su alarido,
se atrinchera en el fango, desdibuja su acento detrás de la puerta
donde aguardan prendidos el corazón y el fuego.



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