miércoles, 28 de agosto de 2019

nada personal


Busca la intimidad de la tierra,
una sepultura, desde el primer momento, desde el primer mordisco.
La sangre se santigua con las manos del aire, crea su arte infravalorado, se desmitifica
en un espectáculo irreparable.

La fiesta de cumpleaños, sin tarta, no es lo mismo, aunque Carver,
aunque llueva y la tarta se cale y sepa a cartón, aunque las velas rastreen un secreto tras otro
para decepcionar.

Si se recita un poema, es un poema falso, se recita en falso. También se puede
sangrar en una fiesta de cumpleaños, es obstinado pero estimulante; sin música, mejor,
sin interrupciones ni fiascos comerciales, sin protección. La luz inquieta
a la sangre, su rojo enrojece, su carmín florece en qué labios de oro, ¿qué pretende!

Vida. La vida ha muerto. La gente habla, se rasguña y hace sus comentarios
al margen. El poema se difunde, la tarta
gotea indiferencia: se trata de un repartidor universal.

Cuando te mueres, la gente sigue a lo suyo, a lo tuyo también. Las palabras se mofan con su retintín,
su melodía aparatosa; ah, y los familiares, tan familiares y disciplinados,
tan devotos del postre artesanal. Las palabras verifican la situación, dan fe,
giran un telegrama que se escurre por el cielo y llega a la puerta del cementerio,
la juerga del cementerio.

Ángeles que sangren: se busca (en la intimidad). El ángel nuestro de cada
día ha sangrado con violencia, de su huella se ha calcado
el vacío, se ha deducido un epitafio invulnerable. Estaba escrito en la arena del desierto,
en la pila del fregadero, en cada peldaño hasta el quinto piso sin ascensor.

La sangre es una acuarela suspendida en el mármol,
dulce como la comunión, como un beso a deber o una mentira en los ojos de alguien.




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