lunes, 30 de diciembre de 2019

spanish town


Entierros y destierros, salidas de emergencia; hay un entierro sin salida,
se trata de descender a los infiernos de la realidad, de morir en respuesta, desaparecer
como una imagen, un pensamiento. Hay una comitiva
desesperanzada, completamente ajena, cualitativamente ajena al resultado del trance, un elenco
de trovadores tísicos, fumadores empedernidos y dealers,
artistas comatosos, una puerta trasera que permanece abierta. Un romance en ciernes.

Suena Koffee, resuena el Jazz de Nueva Orleans, el romance
heroico de las calles violentas de Spanish Town, con sus muchachos esbeltos, sus muchos recovecos y su azul
marino impenetrable, su empedrado cautivador.

Ahora el tren se desplaza a Bucarest porque Mircea
ha dado el espectáculo con su Nobel in péctore, su explanada celeste, la capacidad
de contar estrellas con los dedos de una mano y esa seriedad enciclopédica, ese vademécum
indiscreto de la zona muerta y sus habitantes.

El milagro es siempre milagroso hasta
cierto punto, luego es tan humano como un pedazo de tarta o la primera
parte de una novela-río, el final de una historia sin final feliz. El milagro se torna, se va formado al unísono,
concita lo mejor de lo mejor:
                                        música imperecedera,
                                        el boxeo más puro de la ciudad sin nombre.

Y Koffee haciendo sombras, haciéndose sombra sin querer,
deslizando su voz por la montaña verde como un vergel. Una descripción alocada del baile, del aire,
tantas palabras-fuerza escritas con la boca chica, puestas en boca de Ángeles, rompiendo contra
los adoquines, contra las paredes grafiteadas y hermosas. Y el sonido de la luz
conquistando la noche con su aliento
perfecto y sus ganas de comerse el mundo.



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