jueves, 5 de diciembre de 2019

the rip generation


¿Cuánto vale el tiempo del poeta? Algo más que su silencio. Ni siquiera
el beso tímido del Ángel, la sonrisa retórica del Ángel, su renuncia. Destiny® no sonríe,
acostumbra a terminar las frases con una débil invocación, un visaje medio arisco, arco de medio punto,
Cheshire, luna desmembrada.

Medir el tiempo, extraño afán:
medid una montaña. Medir una montaña es síntoma de un desorden
creativo, evidencia una necesidad compulsiva, desordenada y exacta. Un verso mide lo que dura su aliento,
lo que dura el misterio del sonido al tantear la compacta mansedumbre de la roca,
sobre la dulce palidez del agua.

Destiny® arquea el resultado del viento, su arco es
técnicamente un soberbio trabajo equiparable a una katana de Hattori Hanzo (medio punto
para ella). Capaz de acertar en el blanco a doscientos metros con toda precisión y coraje, arma
encantada.

Ha conseguido hacer diana en la mitad del verso,
en la cesura íntima y formal, ha logrado desbaratar el sentido del mensaje,
introducir un elemento azaroso, un principio de incertidumbre general en la marca: así se deconstruye
el pensamiento.

Ángeles de mirada angelical, sonada
y catastrófica, de mirada perdida. El poeta ha puesto el tiempo en almoneda,
su mejor distancia, su canto independiente. El precio de salida es un beso, pero no un beso de amor,
sino un beso excedente, el arquetipo de la soledad, como un reflejo
hecho de piedras rotas en la superficie del lago, hecho de saltos nimios,
y caídas.

El tiempo es una muerte secuencial, un tropiezo, y los días se parecen,
circulan misteriosos como el sonido del arte, su desarrollo analógico; el poeta tropieza
con grandes materiales, sangra en el espacio, no vale nada: ah, si la vida es un regalo,
si no respira ni siente el egoísmo de su generación.



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