domingo, 8 de diciembre de 2019

apocalipsis 10:1-7


A veces es necesario escribir
solo por dar noticia; aquí nadie escribe, pero Destiny® sí, produce una novela como si fuera
un beat, su novelística es tan deportiva, tan poco apocalíptica.

Este papel es caro, este cristal líquido ha desparecido. La nómina
clásica de Emily no aumenta; desde que no hay editoriales y el polvo seduce los caminos del espíritu
o induce un clasicismo intermitente. Desde que la bohemia
se ha reducido al monasterio, ha tomado los hábitos y ha superado las adicciones.

La tinta es adictiva, incluso cuando no se ve; la tinta invisible crepita en las esquinas y las circunvoluciones
cerebrales, sella y descubre el sentido de la vida, aporta su argumento
intachable. La tinta corre por la piel como una lágrima,
como una gota de sangre corriente. Se ha escrito tanto sobre la sangre que ahora
los ríos parecen ladrillos triturados y la nieve parece
un banco de coral.

Se dice que los Ángeles no lloran porque
en sueños ni se ríe ni se llora (ni tampoco se dice la verdad). Destiny® abre la boca y su llanto es un reguero de inocencia,
entroniza accidentes geográficos, rehace edificios derruidos, causa un terremoto
en tierra de nadie, donde nadie lo ve.

La noche ha percutido como un meteorito; lanza una breve
historia de la humanidad a 300.000 kilómetros por segundo, pero nadie la ve. La historia se compromete
a vaciar de sentido cada instante, promete una destitución, algo
experimental y reversible. Los Ángeles han vuelto a casa,
donde no llueve nunca y las paredes rompen a volar.

El mundo es un museo y las personas son parte de él,
parte de la representación agónica de la realidad. Nada es real cuando todo sucede al mismo
tiempo; no es posible escribir,
pero debes hacerlo, Destiny ®.



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