sábado, 6 de junio de 2020

la mínima extensión desangelada


Rodilla en tierra, sobre el campo que se extiende irracional y eterno,
una república de halcones, un océano de sangre, un territorio ajeno. Ciudades
salpicadas de cementerios blancos, mármol crucificado. Marchamos y nos dejamos caer
como inacabadas letras, poemas sin fondo, somos granizo golpeando
la frente del destino, un saco de vergüenza a hombros de la noche.

Rodilla en tierra. Radicales como sombras ateridas, gargantas
laceradas, piel que sufre. Recordamos el aire cuando el aire era un baño de sol escalofriante;
ah, se trataba de dar vida a la vida, de adivinar el canto de los árboles, la altura constante de los muros,
el desarrollo elegante del abismo.

Recorremos con la vista el mismo campo, la misma extensión inmaculada,
glacial, el mismo conglomerado de oscuras intenciones, el recinto de la consternación. Llegamos
por tierra, por mar, por el aire llegan nuestras almas encadenadas al sueño, bajo la tierra
acuden nuestros sueños con un saco de huesos a la espalda.

Hay un retorno, sucede. De vuelta a la apariencia, el espejismo cotidiano, la voluntad de ser
idénticos a los hombres, iguales a las mujeres, a los niños, a las niñas que profesan una ilusión
bien aprendida. Tenemos la forma pero nos falta una chispa de ingenio, nos falta el nervio que articule
nuestra rebeldía, el medio equilibrado para la revuelta, el término adecuado a la Revolución.

It’s a Riot. Somos los chicos malos que queman autobuses
segregados, las chicas que se disparan a la salida de la iglesia; somos los que siembran
de cadáveres el cielo y niegan la venida del Ángel.

Rodilla en tierra. Nada puede más que el milagro; el milagro es nuestra sangre, la filiación de la derrota,
el ansia putrefacta que nos reconcome. El milagro es la saciedad, el hambre que atormenta, la sed
desorientada, la sombra escuálida de una sombra, negra y vacilante,
oscura como un atardecer sin magisterio, como un espacio sin tiempo. Oh, volvemos a los orígenes,
situamos nuestra escuela en la cima del mundo, soportamos el hielo bajo nuestras plantas,
soñamos con los monstruos decisivos: nuestros pobres hijos muertos
en ningún campo de batalla.



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