sábado, 27 de junio de 2020

joe


Ahora el vacío es una pecera
ni siquiera espaciosa, una modesta campana de agua clara
como el abecedario ante la que el mar se inclina, las olas reducen su cabellera
vibrante.

Ejércitos de espuma sobrevuelan la noche, de fondo,
la metamorfosis ondea su vahído, se produce una personificación de la materia,
ojos que auscultan la ingratitud del paisaje, su pobreza
litúrgica; en la distancia, unos labios parten
hacia la salvación mecánica de su conciencia, deletrean su nombre:
a d i ó s.

Destiny protege el Parque, gira la manivela que abre las puertas del infierno que es,
sella el puente levadizo y los tiburones gatean su entusiasmo, su hambre funesta. El color
verde sombrea la sombra de los girasoles, la medida exacta del líquido que se pronuncia,
la quinta esencia o el condensado de Bose-Einstein
correspondiente.

Sobre la hierba,
formas exóticas de la vida en común, pájaros licenciosos, aves
con acento de Brooklyn, gatos como Don Gato y perros sin collar.

El Parque anuncia su portento, resulta demasiado compacto para desentonar entre la aristocracia,
obra su décima compañía teatral, rueda su película
sonámbula con Joe Pesci como especialista de lujo.

Cuando hay música, se escucha un latigueo
menudo, fracasado. El Rap ahonda en sus contradicciones, se parte en dos: el Hip y el Hop
cuentan, cada uno, una historia diferente. En medio de todo,
hay drogas y cuadros inacabados, está el grafiti del siglo. El vacío
es una manera de olvidarse, un recuerdo que vuelve
de la parte más bella del silencio.




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores