Mi
alma camina de la mano de un ángel caído.
Yo
camino a su espalda,
detrás
del cacharro de dios,
saltándome
grotesco,
y el
dedo y los dedos tan largos,
la garra que se aferra a mi muñeca
como aferrando mi tobillo izquierdo.
Después,
no tengo ojos,
voy
tropezando, resbalando, cayendo,
ya
me arrastro por el fango,
selecciono
un montón de barro.
Mi
alma está bebida,
drogada,
alucinando,
alunizando en un escaparate
(y
quiere que la lleve con correa,
una
extensible, larga, para el perro,
pero
yo me resisto y prefiero dejarla a su albedrío:
naufragando
en la bañera de la casa,
poseída
por un ser que no conozco,
escrita
en lo mejor de la pared).
Es
blanca, como un juego de damas.
¡Cuánto
desprecia el rojo de la sangre caliente!
Ella
tan fría, tan radical,
mi
alma de escaparate con su túnica gris.
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