sábado, 26 de mayo de 2012

san petersburgos


Para Dostoievski, San Petersburgo era una ciudad bostezante.
¿Qué diremos nosotros de la nuestra, la gótica, la española, la puta capital de la infamia?
¿Que es una ciudad encaramada a un pino?
Por lo menos.

Esta es una ciudad subida a un pino,
que se lava los pies en el arroyo porque desprenden un hedor militar
(no en vano, es una ciudad terrible, selva de silencios históricos).

Parece que respira y está muerta de frío,
algo así como San Petersburgo, cambiando el Hermitage por un museo de latón.

Aquí, la gente te mira de mala hostia (por el clima, dicen).
Las mujeres feas miran de mala hostia y las guapas siempre miran a otra parte.

(Dostoievski estaba, sin embargo, orgulloso de la apariencia de su pueblo.)

Si nos preguntáis, la ciudad es muy fea, de mal gusto, incluso catedralicio.
Por desgracia, ése es nuestro arte, un arte de sangre,
un arte esclavo, utilitario hasta la náusea;
el resto que no son agujas imponentes es tirando a pobre,
tirando a un arte administrativo, a un arte honroso.

Blasfemando: y la aguja se define por el pinchazo que te pega.
No nos encantan las agujas que tatúan cruces y extraen el mojo de la patria,
nos agreden (junto con el viento a sesenta kilómetros por hora).

Así que los rusos se sienten singulares y poco europeos,
tal como los españoles. Así que les gusta leer El Quijote.
Pero, ahora, los españoles son muy europeos, casi yanquis del tea party.
Y los rusos han descubierto la globalización.

En San Petersburgo, las piedras bostezan como burócratas, aquí solo pesan
sus quintales, aquí solo aplastan con la gravedad de los siglos en que no pasó nada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores