El
poema ofrece resistencia soltando ráfagas de acentos electrónicos
—descerraja,
raja, raja...―. Es un núcleo correcto.
El
tipo de la perilla, el de los trajes arriesgados, trata de recomponerlo.
Pero
éste le ha salido bien (por eso no le gusta tanto).
Trata
de recomponerlo añadiendo
cosas
que no tienen que ver, frases que vienen de visita,
trozos
de pelambre, afamados adornos,
mala
retórica.
El
poema se muestra esférico, rebota, no es elástico,
ofrece
una constitución muy plástica y compacta. Resiste.
El
hombre que huele raro (es una colonia de quinientos euros),
que
viste raro y con sandalias en verano,
comienza
a teclear sandeces con un toque chic.
Agarra
al bicho por la solapa del primer verso y lo zarandea.
El
poema transformado en un balón de baloncesto.
Impenetrable,
incalculable. Más aún, el poema transformado
en
un horizonte de sucesos girando a la velocidad de la luz,
ocultando
sus vergüenzas.
Ojo.
Es elegante el tipo. Armado de impaciencia,
infiltra
entre las líneas enemigas un virus de adjetivo que demuele
y se
califica por sí mismo.
Digamos
que la obra acusa el golpe. Se rebota.
Se
remonta hasta El Génesis. Conserva su anarquía literal.
(¡Triple
del bicho!)
Digamos
que el poeta acusa el golpe.
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