miércoles, 3 de octubre de 2012

indian killer


Se anuncia la construcción de un rascacielos
y los pequeños Sioux estimulan su magia-hierba-esroja,
se cuelgan del andamio, funambulistas expertos,
con el pelo tan negro como una cucharada de vacío
y ríen a pesar de su misterio, ebrios de rebeldía.

Un sky-line se acerca por el norte tragándose los recios campanarios,
engullendo basílicas enteras, invocando a la lluvia
y maldiciendo a un dios que balbucea párrafos de Whitman
-otros muertos se remueven en sus féretros, transformados en hordas de gusanos-.

            La vida pega un salto, se-e-le-va, evoluciona un gramo de cerebro,
            un color espacial.

El arquitecto mide uno noventa
y se lo pasa en grande con sus noventa kilos instaurados
mientras los hechiceros promueven su estructura:
se bebe una cerveza y vierte algo de espuma sobre el plano,
en concreto, sobre la palabra Cementerio.

En el Powwow nocturno,
los ancianos cuentan la historia del último rascacielos de Seattle,
la génesis del Indian Killer*, y los niños azules se estremecen
disimulando su ancestral equilibrio, su dominio del vértigo.

            Erupciona la tierra, la torre dispara su violento ascenso.

El arquitecto blande su escalímetro triangular
-sublime director de una orquesta imaginaria-
y esboza una sonrisa con su pudiente dentadura pública
(se fuma un cigarrillo y deja caer un poco de ceniza sobre el plano,
esta vez sobre un bosque exuberante;
y sonríe).


* "Indian Killer" es el título de una novela de Sherman Alexie.

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