Con
cuánta soledad me desayuno
y
con cuánta paciencia ceno a solas.
O
todos los pecados, o ninguno;
las personas,
que son como las olas,
olas
que rompen corazones fríos,
niños
que van rompiendo las farolas.
Las
personas, que son como los ríos,
que,
después de pasar, ya son distintas,
y
parecen espíritus vacíos
y
son como metáforas sucintas.
Qué
extremidad del verbo me abandona
que
siempre debo andar con medias tintas
y ya
creo que soy media persona,
la
imposible mitad de una palabra
que
solamente a medias me perdona
y
solo es la mitad de abracadabra.
Qué
levedad del verbo me conmueve
que
no hay rosa en mis versos que se abra.
ni
cielo que al espacio no se eleve.
Con
cuánta lejanía estoy en tratos
que
a donde voy no tengo quien me lleve
y
hasta dormido rompo los zapatos.
Silencio
para mí, para mi ausencia,
música
de salón, grandes relatos
y una
voz que me ponga en evidencia,
una
voz que me saque los colores,
para
dar el discurso de la esencia
en
el mudo lenguaje de las flores,
una
voz instalada en el olvido
para
no recordar tiempos mejores.
Las
palabras, que no son más que ruido,
estrépito
y fulgor, que no son nada
y
son como los trenes que han salido
y
como los que anuncian su llegada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario