sábado, 20 de octubre de 2012

como las olas


Con cuánta soledad me desayuno
y con cuánta paciencia ceno a solas.
O todos los pecados, o ninguno;

las personas, que son como las olas,
olas que rompen corazones fríos,
niños que van rompiendo las farolas.

Las personas, que son como los ríos,
que, después de pasar, ya son distintas,
y parecen espíritus vacíos

y son como metáforas sucintas.
Qué extremidad del verbo me abandona
que siempre debo andar con medias tintas

y ya creo que soy media persona,
la imposible mitad de una palabra
que solamente a medias me perdona

y solo es la mitad de abracadabra.
Qué levedad del verbo me conmueve
que no hay rosa en mis versos que se abra.

ni cielo que al espacio no se eleve.
Con cuánta lejanía estoy en tratos
que a donde voy no tengo quien me lleve

y hasta dormido rompo los zapatos.
Silencio para mí, para mi ausencia,
música de salón, grandes relatos

y una voz que me ponga en evidencia,
una voz que me saque los colores,
para dar el discurso de la esencia

en el mudo lenguaje de las flores,
una voz instalada en el olvido
para no recordar tiempos mejores.

Las palabras, que no son más que ruido,
estrépito y fulgor, que no son nada
y son como los trenes que han salido
y como los que anuncian su llegada.

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