Kajol vuelve al trabajo
y es aclamada.
Hay algo en su postura que exige una ligera
reverencia,
algo que se derrama en su sonrisa como la
cola de un vestido de novia,
algo que se desplaza a una velocidad
indiscutible.
Sorprende la preciosa manera de su aliento,
un laberinto perfumado.
Hay traza, rastro, sangre que va dejando
tibia en la cuneta.
Claro que sabe que su trenza es geográfica,
que la materia de los sueños crea universos
de bolsillo;
claro que escucha el parloteo de su falda.
Una línea -escuálida dimensión- replegada en
los ojos,
para que no se vea.
Densidad corporal, alado gesto,
Kajol sale a la calle (¿han visto a Kajol?, es la pregunta, la respuesta es no)
ganzúa en ristre.
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