En
el restaurante chino,
la
menuda camarera es consciente de la hegemonía de su país;
en
verano se pone unas faldas cortas medio japonesas que le sientan muy bien
y
lleva suelto el pelo admirablemente liso.
Es
tímida y amable,
pero
suele tratar a los hombres con la altivez de un rascacielos de Shanghái.
Un
poco fuera de lugar en la singladura cotidiana,
se
merece un sueño radical
que
ahuyente de su lado los fantasmas de la melancolía
y
libere su potencial de colorido y júbilo.
Resulta
imperativo fijar una realidad más actual, más nítida y equitativa para ella.
¿Onda, partícula?
En
concreto:
con
su cutis imposible, su nariz diminuta y sus ojos agudos,
en un instituto de Beverly Hills
(el uniforme de animadora es opcional),
rodeada
de jóvenes modernos.
¡Cuánto
mejor actúa la justicia poética!
Y
ese universo es factible.
Sólo
hace falta romper el infinito.
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