Siempre
igual, pero falta en el cuadro la muchacha sin flor.
No
podía salir favorecida...
Sin
embargo, su sombra se filtra entre las estrofas permeables
y
hace frente a la bestia armada de corolas y pistilos.
Es
bella.
No
está.
Su
ausencia se derrama en una senda estética.
Nos
redime, lucha por nosotros desde sus pies de arcángel.
Ella,
que abrazaría árboles con un poco de vientre
-que
narcotiza nubes con un leve suspiro-,
sería
una princesa coronada de espinas.
Nos aconsejaría su paciencia.
De
manera imprudente, alzaría un espacio para nuestra palabra.
Si
estuviera.
El
dinosaurio esgrime el peso de la edad,
una
edad monstruosa que se cuenta por eclipses y diluvios,
contra
la oscura doncella
(no
se para en minucias procesales; sabe dañar sin sangre).
Rama
-su bello nombre artístico- se pierde en el regreso.
Siempre
igual, perdida en un espejo de quinientas páginas
con
un rayo de luz en la mirada.
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