miércoles, 11 de octubre de 2017

al estilo de los ángeles


El futuro siempre es hoy, siempre mañana,
siempre fue ayer, es un paso atrás a cámara lenta, una rodaja de eternidad separada del tiempo. El oráculo
miente, miente el periódico del día siguiente, miente la voz de dios que se escucha en la oscuridad de la tarde,
mienten las sombras frente al entusiasmo escénico del sol.

Miente el futuro porque pasará, será el puro momento, será una gota en el océano. El parque se prepara
para la desintegración. Los ángeles se deprimen, su pasividad es alarmante: es mejor que armen jaleo en la puerta del bar.
Jordan ha corroborado alguna pausa, ha gestionado algún invento omnipotente, tal vez ha quitado el seguro de su arma,
tal vez haya cerrado los puños
relamiéndose.

El poeta se ofusca mapeando el panorama, su perspectiva limita con el mismo
cielo que oprime la membrana de los corazones. El humo ha penetrado en su misterio,
clarificando. Jordan destaca por el verso vuelto, por la corrección de su espíritu, deseosa de agradar al ligero gorrión
y a la libélula, orgullosa del sueño amargo de las mariposas.

Gente sin oficio metafórico, atrapada en una reminiscencia o en una ráfaga de malos
pensamientos, que se deja la vida en pos de una milagrosa aparición o de un regalo, un libro. Hay maravillas
que empiezan a pesar desde el principio, saltan a la vista. Un día los libros fueron
moneda de cambio, fueron tan explícitos como secretos, eran ejércitos comandados por un caballero postizo, un príncipe
fugaz. Ahora, la reina hace rodar las cabezas de la corte con un gracioso gesto de su doble de manos.

Actúa el arte en una representación indiscriminada, persistente, con toda una panoplia de realidades
mohosas que, sin embargo, palidecen. Rumian su venganza. El pincel se desquita,
la pluma orea sus sábanas mojadas, el buril remodela su angustia. Todo se desertiza,
y el presente se muestra tan poroso como una magdalena agusanada.

Jordan vendrá, está aquí mirándose en el espejo retrovisor, en silencio porque no alcanza a discernir
su máxima estatura, ni sus piernas siguen en el sitio ni la sonrisa vuelca su deleite en el encaje del fuego. Se hace llamar
Snow porque ha leído una novela, se hace llamar Janelle porque ha escuchado una canción;
pero las chicas de ayer han aprendido su nombre y lo repiten a voces: ¡Jordan!
y ella sonríe, y se recoge el pelo en un moño al estilo de Los Ángeles.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores