jueves, 5 de octubre de 2017

morfología


Todo lo que es sólido se desvanece en el aire
(Karl Marx)


¿Qué parte suya sincroniza el sueño,
devora el silencio incluso en la penumbra, incluso en el concilio de la fuente, su austera
trama de pasos incautados al hielo?

El cielo perdura como un cascabel en la garganta de la tarde esperando el crujir de las campanas, la sonora
veleidad del aire que se nombra en un rapto de infinita paciencia. Como siempre, unos labios.
La muchacha posterga el sentimentalismo, acredita una savia bondadosa, responde al interrogatorio de la fe
y compara su piel con la del sur. El horizonte ha programado una función estática, una fusión de sus capacidades, urde
montañas y codicia desiertos animados, restos de un sol pálido y gris.

Como siempre, un ángel ha adivinado la forma del futuro, no su contenido, ni la apariencia concreta de su funesta coraza,
solo la forma, la forma inútil que remueve conciencias en el pozo de la historia. Entonces ya no hay soul, ni partidas
de póker, ni carbón. Miles de caras negras rebotan contra las murallas del reino; son otra nación que se despereza,
acorta su pasado y lo convierte en un cuento sin retórica.

Qué parte suya ha vuelto hacia dios, se ha confabulado con los muertos, ha muerto de la piel blanca y contagiosa,
ha dirigido sus ojos claros al viento prodigioso de la cruz. Estas son las cruces, estos, los estigmas; la sangre vuela
en coágulos gigantes por todo el universo, es un planeta de sangre lo que hierve cerca del sol (y su metáfora).

Los celos del espacio han desordenado la oscuridad, que perfila sus dientes con un brillo de plata; ¡ah, qué lunática
se extiende la secreta esperanza de los supervivientes!, su prosa troceada en escalofríos y puñales, su poesía
enferma de candor. En el alma, rige una soberbia producción de amores, una fábrica de palabras
enfrentadas.

Silencios devorados por el arte, precisamente. Oquedades litúrgicas, huecos de la memoria, el vacío entre dos ideas
antiguas. Apenas ha vuelto a sonreír el alba y ya se escuchan los primeros quejidos, la primera denuncia
del paisaje. Los árboles han relatado su magia y los seres humanos han dispuesto sus hachas sobre un mantel
flotante, han medido la distancia entre la respiración y su contrario, entre el ahogo y la beneficencia.

¿Qué parte del fuego sueña con nosotros, nos abraza?
La fortuna es un tornado risueño, un remolino de cartas marcadas en la falda del tiempo. ¿Y la luz? La luz
es la decoración de la materia.




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