viernes, 12 de enero de 2018

lección nº 1: la proximidad del amor


Tan bella, tan humana; disfruta de la urgencia de sus labios, el peligroso frente de su boca.
Oh, se apareció en la montaña (no habló) y las muchachas estudian en sus libros tal proximidad, el músculo
abierto de la resurrección.

Paseaba en éxtasis por las riberas del parque, orgullosa del verbo que ramificaba su presencia, de la holgada poesía
que se hacía columna en sus tobillos. Luego, desayunaba un verso viral,
finalizado, y de su corazón brotaba un corazón con otra sangre, otras manchas de sangre
en el vestido. Su vestido blanco a la altura del mundo, algo por encima de las rodillas encantadas,
su pelo –firme estética del sur–, sus ideas puestas en fila
ante la inmensidad de la literatura, el hondo abismo de la sabiduría, la difusa
barbarie del concepto.

Cuando la iglesia se derrumbaba a regañadientes y sus piedras centenarias horadaban la sede
fibrosa del ciprés, eran grano y simiente de una agricultura prosaica y funcional, arado
escéptico para conciencias esquivas, su belleza fomentaba el esfuerzo, se lamía el sudor del antebrazo, el oblicuo calor
que marchita las sienes, la porosa humedad de la materia.

En su cubículo de telefonista, la última en la lista de la prestación
social, el número bastardo y sus líneas de negocio. Oh, un pastel para desayunar, glaseado y notable,
café negro como la gloria, dulce como la farsa feliz de los demás. En su historial,
un padre generalista y una madre (de nada). Al cabo, en un gorrión se agota la máscara de la naturaleza, un gorrión
es el culmen de una generación de especies malcriadas, el sumo darwinismo
pinchado en la pared con escuálida orla y marco oval.

Ella suponía el fin de la novela. Su narrativa iba a contribuir al exilio
romántico y la postrera desinfección del culto. Minúscula en el carrusel de la avenida, algo ordinaria
a través de la lente gravitacional de los mínimos dioses proletarios; universo observable desde la copa de un arce encendido,
invisible para la élite maravillosa, acaso un ídolo para unos pocos miles de personas,
una sola persona con una sola veta de sombra en el espejo, un solo nombre en el público censo del amor.



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