jueves, 25 de enero de 2018

lo que puede ocurrir


Entonces, un verso es necesario
aunque no lo sea. En poesía –brother– la palabra torna/muda
insignificante/muda, queda reducida a la forma, queda patidifusa, como si se despeñase por el hueco de la escalera.
Ante los ojos latinos de Jordan, el poeta se comporta como un observador
exangüe cuyo campo visual hubiera sido invadido por la niebla
incierta de la estupefacción y el pánico.

Es como buscarle un significado al milagro cuando los propios ángeles
carecen de propósito y solo cumplen (al pormayor) con su mandato genético. El poema fascina
por su desinformación y su metafísica parda, sus incontenibles deseos de agradar.

Jordan le suelta una patada a un árbol y de pronto una lluvia de palabras
terminadas en –elo caen del cielo. Hay como una helada de hielo, una picazón de anzuelo,
turbio pelaje de terciopelo, algo animal (o es Gris, que se conmueve). Las cosas de este mundo
se mueven a velocidad ambiente, pesan lo que una pesadilla, se olvidan de que han vuelto a empezar.

El poema es un trópico y, como tal, actúa,
fagocita los órganos precisos a la expresión, deposita sus tics en una caja fuerte,
y espera. Una lectura amable es lo que puede ocurrir, sometida a las vicisitudes de la gramática y la (alta) escuela. El poeta
rumia su potaje casero de momias reciclables, crea un fascículo
completo de su obra y lo presenta en sociedad, con gran protagonismo de su parte.

En el parque, su parte es el espacio nuclear y vacante, trasnochado y nada
flamígero; el poema es un ángelus a capela, un discurso sobre el estado del corazón. Surge el pánico
escénico ante una mirada residente y virtuosa, un concentrado de felicidades
y orgullo. El primer verso, entonces, es un paseo por el lado culpable
del futuro; sometido al dulce juicio de la historia,
no sube de volumen, no rima: solo entra en shock y manotea desesperadamente en el vacío.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores